![](/cadiz/prensa/noticias/200905/24/fotos/395377.jpg)
El Cádiz confía en lograr el ascenso a Segunda División en su visita a Irún
El submarino amarillo, con la novedad de Cifu, espera hacer bueno el 1-0 de la ida El técnico cadista se fía del potencial de su equipo para marcar algún gol
| ENVIADO ESPECIAL. IRÚN (GUIPÚZCOA) Actualizado: GuardarLa historia de un club al borde del centenario se detiene hoy durante 90 minutos en Irún. No hay razones suficientes para explicar la importancia que tiene un ascenso a Segunda División en una entidad que hace poco más de un lustro se arrastraba por la misma categoría que este año ha utilizado como botón de muestra de lo mucho que ha aprendido de los errores. Nueve años se pegó el Cádiz en un purgatorio al que volvió por pecar de forma imperdonable pero en el que se adentró con la mente limpia. Esa limpieza le ha llevado a recuperar viejos valores. Valores que han servido para inyectar humildad a un club, a unos directivos y a una afición que, por culpa del ascenso tras ascenso, olvidó de donde venía. El regreso a la pocilga ha servido para bajar la cabeza, para humillar a la realidad y, de paso, para recuperar la confianza en el trabajo bien hecho. Con esas bases se ha llegado, victoria tras victoria, a donde los equipos grandes se merecen. A disfrutar, o a sufrir, de las tardes que hacen grande a esto del fútbol. A jugarse a una carta el ser o no ser el año que viene. El destino ha querido que sea lejos de Carranza donde sus guerreros consigan la bandera para traerla como obsequio a una afición que vivirá en Cádiz de forma intensa cada balón jugado. Junto al equipo, cómo no, estará una representación de esa hinchada que ha perdonado la infamia del año pasado por el bien de una institución que está por encima de cuantos presidentes haya tenido.
El encuentro definitivo de esta tarde en Irún encierra las connotaciones propias de las grandes citas. Un partido de ida reñido al máximo y al que no le faltó las declaraciones cicatrizantes de los técnicos de raza ni el saber estar de los que siempre serán unos señores en esto del fútbol. No le faltó las jugadas polémicas ni el cruce de declaraciones de una directiva a otra respecto a la labor arbitral. No le ha faltado el acompañamiento mediático a la altura de la eliminatoria. En definitiva, por no faltar, no le ha faltado ni la emoción del partido de vuelta después de un resultado con ventaja para el Cádiz, pero que deja las espadas en todo lo alto. Y todo, bajo el respeto mutuo de dos instituciones históricas que se están jugado muchísimo en este play off. Porque si hay algo en lo que coinciden ambas escuadras es en señalar este encuentro como la oportunidad definitiva para dar el salto a la División de Plata.
De puertas para dentro
Como está mandado, de cortinas para fuera todo ha sido camaradería al mayor nivel, pero en bambalinas las cosas no han sido tan cordiales. Para empezar, dentro del vestuario -el que ha respetado al máximo la norma impuesta por la directiva de no calentar el partido con cruce de declaraciones ni bailarle el agua a las opiniones de Iñaki Alonso- se respira un ambiente de tregua. El amor propio de los jugadores sigue intacto e incluso se ha visto multiplicado por las palabras del entrenador irundense -que decía haber visto el respeto y el miedo en los rostros de los jugadores cadistas- y la forma triunfal de celebrar la derrota (1-0) por parte del once unionista. A eso se le suman las palabras amenazantes de los vascos aplazando el final de la guerra en el Stadium Gal. Lejos de amilanar al cuadro amarillo, todo ello no ha servido más que para despertar -si hubiera echo falta- ese orgullo que todo profesional tiene dentro de sí. Además, este equipo -y no es un tópico- está como loco por celebrar junto a su afición un ascenso tan merecido como trabajado junto a una afición que, en la mayoría de los casos, jamás habrían conocido en Segunda B.
Y qué mejor que para gestionar tanta tensión acumulada, tanto nervio por domesticar, tanta adrenalina disparada... que saber que la batuta de este equipo descansa en las manos de un entrenador que ha hecho de la transmisión de la tranquilidad su mejor virtud. Javi Gracia ha sabido, en todo momento, manejar un vestuario que nunca se le ha venido abajo. No sólo ha podido callar las voces de los derrotistas sino que se ha ganado el respeto de una afición a la que le ha convencido a base de victorias, buen juego y, especialmente, compromiso y saber estar.
El entrenador navarro ha premiado a sus jugadores según se han ido ganando sus porciones de gloria. No se ha dejado llevar por nombres a la hora de hacer sus alineaciones, ni ha abierto la mano a la cantera para ganarse al sector más localista, n mucho menos ha dado su brazo a torcer en muchas de sus ideas. Ha seguido siempre su estilo y éste le ha llevado a jugarse, por tercer año consecutivo, un ascenso a Segunda División. Y lo hará con los hombres que han terminado por ganarse su confianza, pero con la seguridad del que sabe que detrás suya (y en la grada también) aparecen otros hombres que en tardes anteriores le han salvado las castañas del fuego.
Sabedor de lo mucho que hay hoy sobre el tapete, Gracia jugará con las mismas cartas que hace una semana le valieron para ganar la primera partida, a excepción de un comodín que demostró valer para algo más que un descosido. Con Kiko Casilla en la portería, la defensa tendrá la novedad de Cifuentes en el lateral izquierdo, que cubrirá la baja por lesión de Raúl López. El madrileño se alineará en una zaga que estará completada por Dani Fragoso, Mansilla y Cristian. Si la tranquilidad en la banda se llama Javi Gracia, en el campo responde al nombre de Víctor Ormazábal. El argentino, con su tradicional velocidad de crucero, intentará mover al equipo con la compañía en el centro del campo de Fleurquin. El dúo sudamericano volverá a estar apoyado en las bandas por Enrique y López. Y arriba, los de siempre y, también los más tocados. Caballero y Toedtli será la vanguardia de un equipo que llega a Irún con una responsabilidad enorme de defender algo más que la ciudad de Cádiz. Este Cádiz quiere poner la guinda a la temporada con el convencimiento de que se pueda hacer jugando bien y pasando por encima de los sistemas que especulan con el resultado.