Obama pasa factura a la era BushGuerra pacífica
El presidente anuncia , mientras Cheney responde que es más complicado hacerlo que decirlo
| CORRESPONSAL. NUEVA YORK TENIENTE CORONEL, PROFESOR DEL CESEDENActualizado:El azar, un poco manipulado para que ambos tuvieran atención exclusiva, propició ayer la oportunidad de confrontar en un careo histórico los discursos de Barack Obama y el ex vicepresidente Dick Cheney, sobre el uso de la tortura y la existencia de Guantánamo.
Con el candidato de la esperanza desplegando su elocuencia humanística, y el vicepresidente más oscuro y poderoso de la historia reviviendo los temores del 11-S, tentaba calificarlo de duelo entre el bien y el mal, pero la realidad no permitía tanto simplismo. Lo que se dirimía ayer en las pantallas de televisión eran dos visiones de cómo manejar la seguridad nacional y la guerra contra el terrorismo. El gran reto de esta generación, según Obama.
Era la hora de la verdad. No sólo para pasar cuentas públicamente al Gobierno de Bush durante la temporada del miedo, sino a toda la sociedad: «Demócratas y republicanos, políticos, periodistas y ciudadanos cayeron en el silencio», criticó Obama, mientras el Gobierno «perdía el rumbo» en lo que considera que fue un «sincero deseo de proteger al país». Cheney, que esperó con impaciencia a que Obama acabase su largo discurso en otro estrado de Washington, no cree que se pueda llegar a un «terreno intermedio» en la política antiterrorista. «Nunca es buen momento para adoptar medidas de compromiso cuando hay vidas estadounidenses en juego», amenazó con esa voz grave que tanto se ha identificado con Darth Vader, el pérfido enmascarado de la Guerra de las Galaxias.
Al igual que Obama defendía las medidas adoptadas desde que comenzó su legislatura, Cheney justificaba sin pudor el uso de las «técnicas mejoradas de interrogatorios» y la creación de agujeros negros como Guantánamo. «Todo el mundo esperaba otro ataque, y era nuestro trabajo detenerlo», subrayó. «Estábamos decididos a prevenirlo», insistió el primer jefe del Pentágono que llega a ser vicepresidente. «Las guerras no se pueden ganar a la defensiva, así que salimos al ataque».
No había complejos ni disculpas en sus palabras. De hecho, Cheney reconoció que promovió y apoyó esas políticas, y «sin duda alguna volvería a hacerlo en las mismas circunstancias». Lo que sí se sentía en su voz grave, falta de aliento por un corazón débil, era el resentimiento hacia Obama y su Gobierno, «que hablan como si estuvieran resolviendo un gran dilema moral sobre cómo extraer de los terroristas información crítica», atribuyéndose «una presunción de superioridad moral para cada decisión que tomen en el futuro».
Obama difícilmente satisfará a todos con el plan para el cierre de Guantánamo anunciado ayer. Si bien resultó contundente al rechazar «categóricamente» y «con cada fibra de mi cuerpo» que sólo se pueda mantener a salvo al país comprometiendo los valores más fundamentales que le enseñó su madre, no logró dirimir el dilema de qué hacer con los 245 presos que quedan en Guantánamo. «No hay respuestas fáciles», concedió. «Ojalá las hubiera».
Sin complejos
Dos tercios de los cientos que han pasado por allí, recordó, fueron liberados antes de que él llegara al poder. De los que quedan, se han identificado ya cincuenta para transferirlos a otros países que gestionarán su «detención y rehabilitación». Veintiuno tendrán que ser liberados por orden de los tribunales. Los demás entran en tres categorías diferentes. Primero están los que serán juzgados en tribunales civiles de EE UU «cuando sea posible». Luego, los que «violaron las leyes de guerra», que serán juzgados por las mismas comisiones militares creadas por Bush, sólo que «más justas, legítimas y efectivas», prometió. En ellas no se podrán usar las declaraciones obtenidas con métodos de interrogación «crueles, inhumanos o degradantes».
Y por último, «los que no pueden ser perseguidos criminalmente», en parte porque las pruebas han sido comprometidas, admitió después, «pero suponen un claro riesgo para el pueblo estadounidense». Éste, admitió, «es el tema más difícil que afrontaremos». Gente que a su juicio «sigue en guerra con EE UU», porque ha jurado lealtad a Al-Qaida. «No voy a poner en libertad a ningún individuo que suponga un peligro para el pueblo estadounidense», prometió. Su objetivo es mantener su promesa de cerrar Guantánamo en un año, con un sistema legítimo y respetuoso.
L a Administración Obama aún considera al terrorismo internacional como la principal amenaza presente y futura para Estados Unidos. Por ello no escatima en medios para convencer a aliados, y hasta a adversarios, sobre las virtudes de su particular visión de la lucha contra el terrorismo yihadista salafista, intentando desmarcarse de la línea dura comenzada por su antecesor en la Casa Blanca.
Tras Irak, Bush centró sus esfuerzos en Afganistán, actuando preferentemente con medios militares y pretendiendo amplios objetivos, que incluían la plena implantación de valores y principios democráticos. Enfureció al mundo musulmán, al no distinguir con claridad a los más extremistas en su obsesiva guerra contra el terror. Por el contrario, Obama une indisolublemente Pakistán con Afganistán, amplía considerablemente las capacidades civiles, y limita su ambición a la lucha contra Al-Qaida y los talibanes.
Y diferencia además perfectamente a los yihadistas más viscerales, para congraciarse con el resto de los musulmanes. Su meta es aislar -social, económica y militarmente- a los radicales que pretenden hacerse con las riendas paquistaníes-afganas. Con una inversión enorme: para 2010, dedicará a Irak, Afganistán y Pakistán 100.000 millones de euros, lo que supone más de 1.150 millones de euros de ayuda directa a los paquistaníes en cinco años.
En cuanto a los medios no militares (reconstrucción, agricultura, educación...) la potenciación es más que notable, al incrementarse en algunos casos en más de 20 veces. Demostrando que sus palabras no son mera retórica, Obama tiene la intención de recuperar la cifra de 7.000 funcionarios dedicados a labores de cooperación internacional, recortados por Bush a apenas 2.000. Asimismo, cabe la posibilidad de que la deliberada restricción de la lucha antiterrorista a Bin Laden y sus más próximos, incluyendo los talibanes, sea una puerta abierta para retirarse tan pronto como las fuerzas armadas afganas alcancen los 134.000 efectivos en 2011, el doble de los actuales. La implantación de la democracia y los derechos humanos se pospondría a fases posteriores, a más largo plazo.
Cabe desear que la providencia guíe a Obama en sus aparentes buenas intenciones. Y que los talibanes y resto de fundamentalistas entiendan el lenguaje de su guerra pacífica.
su plan para cerrar
Guantánamo