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Renuncia histórica en los Comunes

El escándalo por el abuso de gastos de los diputados británicos obliga a dimitir al líder del Parlamento, el primero que lo hace en 300 años

| CORRESPONSAL. LONDRES Actualizado: Guardar
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El escándalo creado por la explotación de las reglas sobre gastos autorizados de los diputados británicos para su propio beneficio provocó ayer la dimisión del speaker (presidente) de la Cámara de los Comunes, la renuncia de parlamentarios a presentarse a las elecciones y el anuncio de una reforma inmediata.

La tormenta creada por la publicación, a lo largo de la pasada semana, de la serie de sorprendentes o fraudulentas facturas que muchos miembros de la Cámara baja del Parlamento han pasado a la oficina de gastos en los últimos cuatro años, sacude de manera creciente a una nave política que hace aguas. Michael Martin, el speaker de los Comunes, que se sienta en la silla presidencial y administra la vida parlamentaria, fue ayer la primera persona que dimite en su cargo desde hace trescientos años. El anterior que tuvo que hacerlo fue por aceptar un soborno de la City financiera para introducir leyes que la favorecían. La renuncia de Martin se hará efectiva el próximo 21 de junio, como él mismo anunció.

Diputados como el conservador Douglas Hogg, que hace sólo unos días justificaba que hubiese facturado el coste de la limpieza del canal que atraviesa su espléndida hacienda, anunció ayer que no se presentará a las próximas elecciones generales. Devolver el dinero, como había exigido su líder, David Cameron, ya no es suficiente.

El Partido Laborista también retirará a parlamentarios que han 'desafiado' las reglas de facturación de gastos, según el verbo utilizado por el primer ministro, Gordon Brown. Pero no pudo explicar con claridad qué significa desafiar las reglas. Simplemente recordó que dos diputados han sido suspendidos por cobrar intereses de hipotecas que ya habían pagado y que un secretario de Estado lo hizo por abonar un alquiler ridículamente barato y caer así bajo sospecha de aprovecharse de su condición.

La ejecutiva laborista pidió a sus agrupaciones locales, que tienen que aprobar normalmente quién es el candidato de su circunscripción, que actúen contra diputados que han perdido su credibilidad por aprovecharse de los gastos. Y el diario The Sun recoge firmas para una inmediata elección general, con el deseo de subirse a la ola tras perder la exclusiva y explotar la vena populista del escándalo.

Reforma de las reglas

Una convocatoria inmediata pondría en dificultades a muchos parlamentarios de todos los partidos. En consecuencia, los líderes de los partidos han acordado por el momento una reforma de las reglas que gobiernan el Parlamento. El bosquejo inicial lo anunció ayer el propio Michael Martin. La cámara tendrá que actuar como otras instituciones y agencias públicas y será sometida a una supervisión externa, acabando con el sistema de propia regulación. Los detalles son aún pocos y el anuncio de los acuerdos de ayer atropellan el trabajo de una comisión ya existente de reforma del Parlamento, que inició hace pocas semanas su trabajo.

Pero la confusión es la nota general de la situación política británica. Y Martin, un presidente del Parlamento que parecía desbordado, vio que su papel era ya insostenible. Pero no piensa lo mismo Gordon Brown, aunque sea zarandeado por crisis de todo tipo de magnitud.

Tras la dimisión de ayer, el horizonte del premier se oscurece de nuevo. Los laboristas esperan unos resultados horrorosos en las elecciones europeas de junio. Ahora, con la marcha del speaker, habrá comicios en una circunscripción escocesa muy disputada por los nacionalistas a principios del otoño. Brown sigue encajando golpes, mientras el calendario avanza hacia mayo de 2010, el último plazo para que la población británica ofrezca el dictamen de su mandato.

L a última vez que los diputados británicos se sublevaron contra un speaker fue hace 300 años; en aquella ocasión, por aceptar un soborno de financieros de la City a cambio de que favoreciera un cambio de legislación. El oficio que Michael Martin desempeñará hasta el 21 de junio se remonta al siglo XIV y se llama así porque se refería al diputado que se encargaba de la relación entre el Parlamento y el monarca. En tiempos en que el rey era todopoderoso, llevarle los mensajes, no siempre de su agrado, del Parlamento podía llegar a ser muy peligroso: de hecho, varios speakers fueron decapitados. Incluso hoy se mantiene la tradición por la que los speakers son arrastrados literalmente a su asiento por los diputados al inicio de la legislatura, un potente símbolo de los riesgos del puesto.

El presidente de la Cámara de los Comunes representa la cúspide del sistema parlamentario. No es nombrado por el Ejecutivo, sino elegido por todos los diputados. Tiene que mantener la confianza de todos los partidos y de quienes ocupan los escaños. Y debe saber cómo mantener el orden en los debates más calurosos dentro de la cámara y cómo negociar con tranquilidad fuera de ella.

El problema de Michael Martin es que ha perdido el respeto de muchos de los diputados. No por parcialidad, sino por algo peor: por ser incompetente y torpe. No se ha mostrado suficientemente duro con aquellos que han sido pillados manipulando sus cuentas de gastos públicos. En el pasado, Martin fue un líder sindical.

En los últimos tiempos ha dado la impresión de que le preocupa más proteger a los miembros del club de los Comunes que averiguar la verdad sobre los abusos o poner en marcha reformas muy necesarias para evitarlos. Desde que estalló la crisis ha sido incapaz de distinguir entre los buenos diputados y los corruptos o de articular un plan coherente para las reformas, hasta el punto de que muchos sospechaban que ni entendía por qué son precisos esos cambios.

No es de sorprender que se vaya. Después de lanzar la semana pasada unos agrios comentarios a quienes pedían un debate sobre la revisión del sistema, creció el número de diputados que perdieron su confianza en el speaker. Hasta ahora, Martin es la víctima más importante del escándalo que está desbordando el sistema parlamentario británico. Pero no será la última, porque cabe esperar más dimisiones en las próximas semanas.