Sociedad

CÁDIZ 1812

Las ideas de la Ilustración modificaron el sentido de la enseñanza, entendida como instrumento para formar a los hombres en ciencias y artes y mejorar las costumbres

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Durante el siglo XVIII el hecho más importante en la educación de España y la América hispana, sería la supresión de la Compañía de Jesús por mandato de Carlos III. Los jesuitas tenían como objetivo fomentar la enseñanza de la juventud, sobre todo en lo tocante a las primeras letras, latín y retórica. Suspendiéndose en ese momento la enseñanza por parte de maestros y preceptores y la creación de internados en casas de educación, seminarios o pupilajes para maestros y alumnos en las casas o colegios de jesuitas.

Carlos III, en 1771, realizó un nombramiento de los maestros y los libros escolares en los que figuraba un compendio de Historia de la Nación, declarando que la educación juvenil por los maestros de primeras letras es el ramo principal de la política y buen gobierno del Estado.

Afirmó que la educación recibida durante la infancia prepara a los hombres no sólo para el progreso en ciencias y artes, sino para mejorar las costumbres. Con este mismo objetivo, creó las primeras escuelas oficiales de los niños de España. A fines del siglo XVIII, penetran las ideas de la Ilustración y de la Enciclopedia, dando un carácter cada vez más intelectual y crítico a la enseñanza.

Las escuelas creadas a partir de fundaciones y patronatos, recibían las rentas de éstos y las normas para su funcionamiento, aunque los que las regían podían cambiar, corregir o reformar algunas de ellas. De esa forma, no había unas reglas o pautas generales para todas, sino que estaban sujetas a la voluntad del patrono aunque el Gobierno podía si quería pedirles cuentas e inspeccionarlas.

El plan de estudios con los años, se apartó de la idea original con la que la escuela se fundó. Profesores en su mayoría de preparación eclesiástica se empleaban en la enseñanza de gramática, retórica, filosofía y teología. Otras tantas materias eran impartidas en academias y por profesores particulares que se extendían por los barrios de nuestra ciudad.

En la prensa de principios de siglo, los anuncios de profesores que se ofrecen para impartir estas materias, nos hablan de la preocupación por parte de las familias, sobre todo acomodadas, de acceder al conocimiento más allá de lo estrictamente religioso.

«Un sujeto cuya buena conducta podrá acreditar, que ha cursado las Matemáticas y sido maestro de ellas, como hará constar, ofrece y solicita dar lecciones de Aritmética, Álgebra, Geometría, Trigonometría plana y esférica, Secciones cónicas, Calculo diferencial e integral, Cosmografía y Náutica; yendo a las casas de los sujetos que deseen instruirse en todo o en cualquiera de estas ciencias en particular. A este efecto podrán acudir a la Calle Nueva esquina a la de Flamencos nº 209 o a la de San José nº 175 dejando las señas de nombre, calle y número de casa para que acuda a tratar de ajuste, y tomar la hora que elija para llevarlo a efecto», según reza en el número de julio de 1809 de Diario Mercantil.

Las primeras innovaciones en el campo educativo partirían del propio Príncipe de la Paz. Godoy, alentó la fundación y creación de centros hasta el momento desconocidos en Europa como el Colegio de Sordomudos y el Instituto Pestalociano. Dicho método, creado por Pestallozi en Suiza, se basaba en la observación del aprendizaje por parte de los niños y a través de éste, el perfeccionamiento de la enseñanza. Woitel, militar destinado en los ejércitos españoles, trajo el método a España fundando el primer colegio con este sistema educativo dedicado a los hijos de los soldados más pobres del ejército.

En esta escuela se recogían alrededor de treinta alumnos y veinte observadores que pretendían analizar esta nueva forma de enseñanza y sus posibles consecuencias. Asignaturas como la Educación Física, la Química y las Ciencias Naturales se convirtieron en las más importantes, donde la experimentación y el cultivo del cuerpo y del entorno eran los objetivos fundamentales del proceso de aprendizaje.

Con este método se enseñaba a leer no partiendo de la presentación del abecedario, sino con el lenguaje oral, es decir a través de la fonética. Y en vez de presentar los números se les enseñaba el concepto de cantidad en la naturaleza. Enseñar a leer, a escribir, contar y pensar de un modo más conforme a la naturaleza humana y al propio progreso del niño, favoreciendo la motivación frente a los castigos.

Los resultados se vieron enseguida potenciados con entusiasmo por la prensa de la época y la publicación de libros como Como Gertrudis enseña a sus hijos en los que la experiencia pedagógica de otros sería la clave para mejorar la propia.

Debido al aumento de peticiones para mandar observadores a dicha escuela, Godoy pretendió la ampliación del centro y puso en manos de José Andujar y Blanco dicha expansión de la obra de Woitel. Sin embargo, las críticas de estamentos cuya enseñanza tradicional podía verse desbancada, como las instituciones eclesiásticas y debido a las relaciones conflictivas con Inglaterra y la inminente ocupación francesa, el centro se cerró en enero de 1808, aunque el Plan Caballero había empezado a anular dicho sistema desde el año 1807.

Según Rousseau, el niño debe ser el centro del proceso de aprendizaje, y ése es el principio que sustenta la educación actual. Durante la Guerra de Independencia y el periodo Constitucional se pretendieron reformas del sistema educativo, que irían desde la creación de los Liceos al modo francés, en los lugares ocupados, hasta los valores promulgados en el titulo IX de la Constitución gaditana que sobreviviría en el Informe Quintana de 1813 gracias a hombres como Jovellanos, Antillón, Lorente y Abellán.

«La razón particular de los individuos ilustrados va superando la resistencia de las autoridades. Hartos de la desolación que ha sufrido la Península por la opresión de sus feroces enemigos, destruyendo los antiguos establecimientos de instrucción o por lo menos dejándoles sin acción y sin recursos», subrayaba M.J. Quintana.

Conforme iba disminuyendo el poder de la Inquisición, adoptaba el Gobierno principios más restrictivos respecto de la libertad de enseñanza; así es que en 1824 quedó anulada del todo; y el reglamento sobre colegios de humanidades que se publicó al año siguiente, tuvo por objeto ponerles tales condiciones, que llegaron á ser casi imposibles de realizar. Las materias preparatorias para las facultades mayores se enseñaron en las universidades, conventos, seminarios conciliares, y algunos pocos colegios que en parte dirigía el Gobierno.

Llegado el año de 1834, era natural que en esto se adoptasen principios más liberales, y el Gobierno empezó á conceder permisos para establecer colegios privados a cuantos lo solicitaban. El plan del Duque de Rivas, aunque no proclamó, como el de 1821, la libertad absoluta en toda clase de estudios y facultades, la concedió muy amplia en la segunda enseñanza.

«Congregados en Cádiz los representantes de la nación, y ocupados en la grande obra de asentar la monarquía sobre nuevas bases, que asegurasen su libertad y bienestar futuro; después de destruir el infausto tribunal que por tantos años había esclavizado el pensamiento, no pudieron menos de fijar su atención en el importante ramo que tiene por objeto dirigirlo, apoderándose de él desde que empieza a despuntar en la aurora de la vida», en De la Instrucción Pública en España de Antonio Gil de Zárate.

Entre los miembros de la comisión encargada de reorganizar la Instrucción pública, José Vargas Ponce que con la ilusión y el espíritu ilustrado del que se nutrió en el periodo constitucional, procuró que la enseñanza y la educación fuera un bien público. Todo este intento reformista se vio aniquilado de golpe por la vuelta a los principios del Absolutismo.

La primera enseñanza

En general, durante la primera mitad del siglo XIX, el desarrollo de los conocimientos había sido más rápido y trascendental que en los siglos anteriores. La instrucción primaria, la segunda enseñanza e incluso la superior que conducía al ejercicio de las profesiones científicas, tenían un sitio en Cádiz, contando todas ellas con profesores capaces y cualificados para impartir distintas asignaturas. Puede decirse que a pesar de la decadencia económica que se expandía por la ciudad, se incrementó el celo de las autoridades por la beneficencia y la educación alcanzando ésta a un número de alumnos cada vez mayor y de cualquier clase social.

El ayuntamiento sostenía con sus fondos tres escuelas gratuitas para niños, una en la calle de las Escuelas, otra en la calle de San Francisco y otra en el barrio de extramuros próxima a la parroquia de San José. Regentadas por maestros y ayos, recogían a niños y algunas niñas en jornada de mañana y tarde para el aprendizaje de las primeras letras.

Podemos distinguir las escuelas que acogían a niñas y niños pobres, algunas como la de la calle Verónica dependiente de la Sociedad Económica de Amigos del País.

Apareciendo a lo largo de los años, academias sufragadas por comerciantes adinerados que contaban con becas para determinados alumnos como la de la calle Baluarte, cuya fama de enseñar de un modo ejemplar francés e inglés por caballeros nativos hacía que vinieran alumnos desde otras provincias españolas, con el propósito de formarse para embarcar a otros países. Lo mismo que la academia situada en las casas consulares sostenida por navegantes y marinos para el aprendizaje de las ciencias náuticas.

Según Madoz, el mantenimiento de la instrucción pública en la ciudad de Cádiz supuso un gasto de hasta cien mil reales al año.

«Para estimular a la buena educación en otras poblaciones de este reino, se darán seis premios de 50 reales de vellón, tres para niños y dos para niñas de las escuelas públicas», en el Diario Mercantil de marzo de 1808.

«En la academia de la calle del Teniente número 7, se enseña español, latín, Ingles, francés, italiano y alemán. Se traducen toda clase de papeles de una lengua a otra, con toda brevedad y se advierte si no se puede hacer para el tiempo que el interesado necesita. Se reciben pupilos. Todo artesano que no sepa leer se le enseñará de balde: se le dará hora que no impida su trabajo y aún se le proveerá de lo necesario, si es pobre, como lo pida por Dios»

Los maestros sin titulación se dedicaban a párvulos de ambos sexos instruyendo a los alumnos según el grado de preparación de los mismos o la experiencia con la que contaban. Algunos preceptores, contaban con una planificación perfecta de la enseñanza de las letras y reglas aritméticas mientras que en otras ocasiones sólo se ceñía al aprendizaje de las labores y de las oraciones, más como entretenimiento que como método de aprendizaje.

Cartillas y caligrafías proliferaron entre las mismas, haciendo hincapié constante en la disciplina y castigos como medio necesario para que la lectura y la escritura fueran aprendidas.

El pago a los maestros a cargo de los ayuntamientos o sociedades era de ocho reales para los maestros y de seis para las maestras además del pago en frutos instituido y acordado de antemano. Si los maestros no poseían titulación el sueldo se reducía a cuatro reales. Siempre por alumno y mensualmente.

Según el censo de Floridablanca de 1787, de un total de 738.153 almas en Andalucía, se cuantifican sólo los que recibían formación en centros pertenecientes a obras religiosas, no superando los 210 niños y apenas 40 alumnas. Tomando el censo de Madoz que recoge información sobre la primera mitad del XIX podemos establecer que para un total en la provincia de Cádiz de 269.764 almas, existían 260 escuelas, divididas en públicas y particulares sostenidas por instituciones privadas o fundaciones. Entre las primeras, 49 para niños y 20 para niñas, y entre las segundas, las particulares, 88 eran destinadas a niños y 119 a niñas.

Concurrían un total de 12.934 alumnos y alumnas, 5.549 niños y 1.187 niñas a las públicas y 3.585 niños y 2.613 niñas a las privadas.

En cuanto al número de maestros, Madoz habla de 290 de los cuales 163 serían hombres y 127 mujeres, con titulación 207 y sin ella el resto, 56.

Todos estos datos, ponen de manifiesto el ascenso paulatino de las personas a la educación que se pone de manifiesto al comprobar el aumento progresivo del número de hombres y mujeres que son capaces de leer y escribir. En el año 1840, 38.000 hombres conocían la lectura y de ellos 30.000 la escritura frente a las 24.000 mujeres que estaban alfabetizadas.

Las escuelas superiores

Varios fueron los colegios de humanidades adscritos a la Universidad de Sevilla. Entre los más nombrados se encontraba el de segunda enseñanza San Felipe, situado en la calle San José, junto al convento del mismo nombre. Fundado por una sociedad de comerciantes era regido por una junta formada por un director, un rector y cuatro vocales todos ellos supervisados por un inspector eclesiástico.

Las asignaturas que en este centro se explicaban eran Humanidades, Historia, Moral y Religión, Psicología, Ideología, Lógica y complementos de Filosofía, Física, Química, Latín, Historia Natural, Geografía, Matemáticas, Aritmética, Griego, Ingles y Francés. Además contaba con profesores de Comercio, Dibujo y Pintura, Gimnástica, Música, esgrima, baile e instrucción primaria.

Otro sostenido por esta misma sociedad de comerciantes, también de primera clase y de segunda enseñanza fue el de San Agustín. Contaba con catedráticos y profesores de formación esmerada, impartiéndose las mismas asignaturas que en el de San Felipe.

En torno a los años cuarenta del siglo XIX, se ubicaron en la ciudad otros centros de segunda enseñanza como el de Santo Tomás de Aquino en la calle de la Carne, el de Santo Cristo en la calle Sucia, el de Jesús y María en la de San Miguel y el de San Pedro.

El seminario conciliar de San Bartolomé, situado en el edificio del convento de la Compañía de Jesús, fue fundado en el año 1597 por don Antonio Zapata. Contaba con veinticuatro becas repartidas por los pueblos, admitiendo a pensionistas y externos que quisieran matricularse. Era de destacar la biblioteca con la que contaba dicho centro.

Centros y academias privadas, como en general todos los lugares donde se impartía la instrucción pública y en general como modo de estimular y motivar al estudio, fueron respaldados en alguna medida por la Sociedad económica de Amigos del País. Esta institución fundada por Carlos III, mejoro la industria popular. Casi desaparecida su labor durante la Guerra de Independencia, reapareció en 1833 con fuerza. Estaba integrada en Cádiz por cincuenta socios residentes, algunos de méritos y otros tantos corresponsales en el extranjero que hacían llegar cualquier noticia sobre estudios e investigaciones que ayudara y colaborará en la ampliación de conocimientos y en el desarrollo industrial de la ciudad.

Los estudios universitarios

La fundación por don Pedro Virgili de la facultad médica de la Universidad de Sevilla en Cádiz, supuso la creación de la primera escuela de cirugía del reino. Por primera vez las instalaciones necesarias para el aprendizaje de la medicina, anfiteatros, sala de disecciones, aulas magnas y claustros, fueron realizadas a partir de la Real Cédula que concedió Fernando VI en 1748 y gracias al empeño e ilusión del Marqués de la Ensenada. Consiguiendo además desde el Gobierno central, que los alumnos más aventajados pasaran a universidades como la de Bolonia, París o Nájera para perfeccionar sus estudios. Muchos de estos alumnos como Lubet y Cárdena, continuaron la obra de Virgili, fundando colegios de cirugía en otras ciudades, caso de Gimbernat en 1760 que junto con Virgili creó el de Barcelona o Rodríguez del Pino el de San Carlos en Madrid. Fundaciones que hicieron peligrar la existencia del Colegio de Cirugía de Cádiz hasta que en 1844 se convirtió en Facultad.

La enseñanza de las Artes.

En 1789, el Conde de O´Reilly y don Joaquín de Fonsderiela, fundarían la Academia de Nobles Artes que no consiguió dicho título hasta el año 1842, a la que se la llamó en primer lugar de San Baldomero y luego Santa Cristina.

Promovieron la creación de la misma, los plateros gaditanos que faltos de instrucción para el dibujo, fomentaron una escuela gratuita que les instruyese. A finales del siglo XVIII, llegó a contar hasta con cuatrocientos alumnos, siendo las asignaturas que se impartían, entre otras, el Dibujo del natural, Arquitectura, Aritmética, Geometría y Arte.

Primero se localizó en el piso principal de Tavira y luego en el exconvento de San Francisco en la Plaza de Mina. Su biblioteca, que ya en 1810 llegó a contar con importantes ejemplares de pintura con imágenes y grabados de las principales obras de Roma y copias de colecciones de museos y galerías de Dresde, París y Madrid, era de gran valor. Asimismo contaba con excelentes pinturas originales de autores que habían colgado sus obras en conventos y monasterios y que tras la desamortización pasaron al erario público. Los alumnos, fomentados por la Sociedad Económica de Amigos del País, exponían al finalizar el curso sus mejores obras donde los trabajos finalistas, recibían premios de consideración y medallas de honor para su contento. Se premiaba sobre todo, aquellos inventos o labores que favorecían el desarrollo intelectual y la mejora en la calidad de productos y fábricas.

Algunos de esos premios en los primeros años del siglo XIX fueron a: don José María Gómez, por los magníficos sombreros que elaboró a partir de pelo de castor y de rata. A los señores de Jordán, por las suelas de zapatos realizadas con becerro y tafiletes. A don Joaquín Cortés por las pelucas para ambos sexos. A don José Ballardo por las encuadernaciones en papel jaspeado y tintas de colores. A don José Ruiz, por inventar una cafetera con resortes y un hornillo de mariposa. A don Antonio Martínez por una pieza de bronce para hacer tornillos de hasta seis pulgadas de diámetro.

Artículo incluido en la serie

'Noticias de un pueblo amenazado',

obra de la historiadora Hilda Martín y respaldado por la

Oficina del Bicentenario de la Diputación de Cádiz.