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MUNDO

Éxodo e importación de creyentes

La misa del Papa en Nazaret evidenció el exilio de fieles cristianos y se nutrió de un público integrado mayoritariamente por excursiones de jóvenes europeos

ÍÑIGO DOMÍNGUEZ LAURA L. CARO
| ENVIADO ESPECIAL. NAZARET CORRESPONSAL. JERUSALÉNActualizado:

La misa de ayer de Benedicto XVI en Nazaret, principal ciudad árabe de Israel, con un 35% de cristianos, fue la mayor del viaje y debía ser el gran momento de visibilidad para la minoría de fieles del país, afligida por la emigración y los conflictos con otras confesiones, como en la propia Nazaret. Sin embargo estaba llena de banderas españolas, pancartas de sitios como Albacete y enseñas europeas. La ceremonia fue en un vasto anfiteatro natural con aforo para 20.000 personas, pero había menos. Y la mayoría, jóvenes llegados en excursiones organizadas, sobre todo por Camino Neocatecumenal, los 'kikos' de Francisco Argüello. Se desplazaron unos 8.000 de toda Europa.

Entre ellos, Maite Rodríguez, Raquel Vicent y Judith Núñez, de entre 25 y 26 años, de Málaga. Fueron con un grupo de esta ciudad, Melilla y Granada. Una es enfermera, otra graduada social y otra trabaja en una guardería. Han pedido vacaciones para seguir al obispo de Roma, como hacen desde 1997. «En España la Iglesia está en el punto de mira, socialmente se persigue, pero aquí ves gente como tú y no eres un bicho raro», opinan. Creen que casi todos los asistentes a la misa son neocatecumenales. «El Papa nos ha invitado y hemos venido», explican.

Es un fenómeno que se repite en cada viaje del Papa. A la Iglesia le salvan la cara, la visible, los nuevos grupos de talante conservador, un núcleo dinámico y militante. La homilía de Ratzinger fue en inglés y muchos no comprendían gran cosa, pero lo importante es la presencia, pese a los sacrificios: levantarse a las tres de la mañana para ir a una misa que empieza a las diez y en la que fueron atendidas treinta personas por insolación.

El mayor riesgo

Costaba encontrar árabes cristianos. Como Toni Hana, de 28 años, de Nazaret, emocionado con el Papa y que quitaba importancia a los problemas de convivencia. «Tengo muchos amigos musulmanes, los fanáticos son pocos», comenta. Nazaret era el punto del viaje de mayor riesgo. Hay grupos extremistas, como el del imán Nizam Sakhafa, al que la Policía ordenó dejar la ciudad el martes. Una pancarta a la entrada al casco viejo citaba el Corán: «Y quien busque otra religión distinta del islam no será aceptado por Él, y en la otra vida será uno de los perdedores». Las medidas de seguridad en Nazaret, pueblo feo y sin encanto, eran impresionantes. Había soldados hasta en la cúpula de la basílica de la Anunciación y las calles estaban desiertas. Por consejo de las autoridades, el Papa sólo usó el 'papamóvil' en la misa. El alcalde estaba disgustado, pues Nazaret recibe un millón de visitantes al año, la mitad del turismo nacional, y confiaba en el efecto publicitario.

«Por desgracia, Nazaret ha experimentado tensiones que han dañado las relaciones entre cristianos y musulmanes», dijo Benedicto XVI en la misa, llamando a la reconciliación. Por la tarde, en un acto interreligioso, rezó por la paz cogido de la mano a un rabino y un imán. El Santo Padre lo siguió por primera vez con auriculares y rostro ya cansado, y pidió a las religiones «salvaguardar a los niños del fanatismo y de la violencia».

En la misa, el vicario greco-melquita para Galilea, Elias Chacour, se mostró ante el Papa «angustiado» por el éxodo de cristianos, los problemas de supervivencia de las escuelas católicas y las dificultades con el Gobierno. Citó el caso de los vecinos de Bourm e Ikreth, presentes en la misa. Son dos pueblos cerca de la frontera de Líbano, evacuados en 1949 por razones militares. Era sólo por unos días, pero ha sido hasta hoy. Sólo pueden ir a casarse o a ser enterrados. Pero no a vivir, por eso se van los cristianos de Tierra Santa. Quedan 150.000, con 80.000 católicos, y han bajado del 40% al 2% de la población desde 1970. En la misa, el Papa les pidió que no emigren y tengan «coraje de ser fieles a Cristo y permanecer en la tierra que han santificado con su presencia».

La agenda oficial de Benjamin Netanyahu tenía ayer señalada en rojo una reunión con el Papa antes de las cuatro de la tarde en Nazaret, una cita metida con calzador en el protocolo del Vaticano, que el primer ministro de Israel había exigido en persona. Por eso sorprendió que, pocas horas antes, su oficina anunciara que Netanyahu salía en viaje rumbo al Mar Rojo para entrevistarse en Aqaba con el rey Abdalá II, en lo que se ha entendido como encuentro preparatorio de la cumbre que el jefe del Gobierno israelí celebrará el lunes 18, en Washington, con Barak Obama. Un momento crucial, del que pende buena parte el futuro inmediato de Oriente Próximo, donde EE UU no contempla otra alternativa que establecer ya un Estado Palestino.

El repentino viaje hace pensar que Netanyahu no está tranquilo. Tan sólo hace tres días que voló a Egipto para ver a Hosni Mubarak. Pero mientras se resiste a aceptar la creación de ese Estado y trata de eclipsar el debate imponiendo otro sobre la necesidad de frenar la «amenaza existencial» iraní, a su alrededor, la agenda de sus vecinos árabes moderados ha tomado un rumbo propio.

Formulan, por encargo de Barack Obama, una «nueva oferta de paz», capitaneada por el rey Abdalá II, cuyo padre fue en 1994 el último líder de un país árabe en firmar un tratado de paz con Israel. En las últimas semanas, el monarca jordano -que fue el 21 de abril el primer líder de Oriente Próximo recibido en la Casa Blanca- ya ha discutido la petición norteamericana con su homólogo de Arabia Saudí, con el presidente palestino y con el sirio.

Iniciativa árabe

El resultado trata de profundizar en los detalles de la llamada «iniciativa árabe de paz» de 2002, que contempla la apertura de relaciones diplomáticas de los 23 países árabes de la Liga con Israel a cambio de su retirada a las fronteras de 1967, más el establecimiento de un Estado Palestino desmilitarizado con capital en Jerusalén. También, la designación de la Ciudad Vieja como «zona internacional», el retorno de algunos refugiados de 1948 y la naturalización en sus actuales países de residencia de otros. Y una condición primera: si no hay movimientos de Israel hacia esta paz, los moderados árabes no harán frente común con el Gobierno judío contra Teherán.

Poco ha trascendido de lo que Netanyahu y Abdalá II hablaron. Sin embargo, el comunicado oficial de la Casa Real jordana deja claras las presiones y la posición de fuerza de los árabes: el monarca, dice la nota, instó al gobernante israelí a «declarar inmediatamente su compromiso con la solución de dos Estados», con la advertencia de que «Israel no obtendrá seguridad ni estabilidad si a los palestinos no se les permite ese derecho y tener una oportunidad de vivir en paz».

La réplica del primer ministro israelí, según informaron escuetamente los medios locales, fue la de siempre. «Creo en cambiar la realidad sobre el terreno», dijo, e insistió en que hablará con los palestinos, pero en los ámbitos «diplomático, de seguridad y económico», por separado.