ANÁLISIS

El estado de la Unión

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

C uando aún resuenan las voces de los portavoces parlamentarios en el salón de plenos del Congreso, todos los partidos se han lanzado ya a la batalla moral de saberse vencedores de la contienda, concediendo inequívocamente la victoria a sus líderes: el Gobierno blindándose frente a las críticas de unas políticas anticrisis poco resolutivas y la oposición recalcando la inutilidad de las mismas y lo errático en el planteamiento de las futuras que se adopten. La perspectiva comparada nos proporciona interesantes modelos para poder analizar lo frentista del caso español. El estado de la Unión es el discurso anual del presidente de EE UU ante la Cámara de Representantes. En él, y desde hace más de dos siglos, el presidente recurre en una o varias ocasiones a la expresión «the state of our Union is strong» («El estado de la Unión es fuerte»). Con ello no pretende obviar los lógicos y, en muchas ocasiones, dramáticos problemas a que se enfrentan los norteamericanos. Quiere decir, por el contrario, que lejos de ventajas partidistas el que gana con la acción conjunta es el país en su totalidad.

En España, sin embargo, el Gobierno presupone tener aún reservas para enderezar la situación, al tiempo que confía en una pronta recuperación económica internacional que contagie de optimismo a la opinión pública española, poco consciente de que hay que seguir limpiando en casa a la espera de que los vecinos hagan lo propio. La oposición sigue rumiando la exigua ventaja que le proporcionan algunos medios, conocedora de que a la larga el desgaste gubernamental será inevitable y, por tanto, aprovechable en beneficio propio; pero desoyendo a una parte de la opinión pública que la entienden como parte del problema. Los ciudadanos, mientras tanto, asisten atónitos a un espectáculo que no comprenden y hasta desautorizan, que les genera apatía y desazón, desafección y desconsuelo, rabia e indignación.