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Bronca de sordos

MADRID Actualizado: Guardar
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El Debate sobre el Estado de la Nación cumplió ayer la función para la que fue convocado por el Gobierno y asumido por el principal partido de la oposición: el de convertirse en el primer asalto de una campaña electoral, la de las europeas del 7 de junio, en cuyo resultado parecen haber fiado socialistas y populares la suerte política de los próximos meses y quién sabe si de la legislatura. Bajo ese prisma cobra sentido el calculado discurso matinal del presidente Zapatero, dirigido no tanto a un Parlamento dispuesto a fiscalizar su dubitativa gestión de la crisis y sí a aquellos sectores de la ciudadanía más identificados con su política; o bien desafectos hacia ella, pero más inclinados en una situación económica tan crítica a mantener la confianza en lo conocido, por discutible que sea, que a entregársela a una alternativa de cambio. Es probable que pese al correctivo recibido de sus oponentes, el tono más diáfano empleado por Zapatero, el efecto sorpresa de las iniciativas planteadas –algunas propias de otros caladeros ideológicos- y ese gusto por la audacia que adorna la supresión de las deducciones por vivienda a partir de 2011 le permita sentirse reconfortado ante las oscuras perspectivas con que acudía al debate. Como es probable también que el eco que ha encontrado la crítica sin resquicio del PP en el resto de la Cámara, aunque por razones dispares, alimente la renovada convicción de Rajoy en las opciones de su liderazgo.

La agudización del pulso entre ambos sólo podía escenificarse a través de un pleno bronco, impropio de un contexto de apremiante inquietud como el actual. El debate entró en un definitivo punto muerto cuando Rajoy identificó a Zapatero como el “lastre principal” de la economía de los españoles y el presidente le replicó espetándole que su oposición “no ayuda” al país a salir de la recesión. La alusión posterior del portavoz de CiU a Churchill constituyó poco menos que una extravagancia en un Parlamento al que el pleno de ayer condena a la parálisis, toda vez que el Gobierno y el PP han cegado las posibilidades de entendimiento que podrían mitigar las angustias de la crisis.