El Papa clama contra el antisemitismo
Ratzinger recuerda en Israel el Holocausto para resolver malentendidos, pero reivindica el derecho de los palestinos a vivir en «una patria propia»
| ENVIADO ESPECIAL. JERUSALÉN JERUSALÉNActualizado:El primer Papa alemán tras el Holocausto, que militó en su adolescencia en las juventudes hitlerianas, aunque fue de forma forzada según cuenta en su autobiografía, y que desde su nombramiento ha desencadenado varios encontronazos con el mundo judío, llegó ayer a Israel. Benedicto XVI, que ya había visitado el lugar como cardenal, aterriza en Tel Aviv en un momento sombrío para la paz. Los rostros cariacontecidos del presidente, Simon Peres, y el primer ministro, Benjamín Netanyahu, eran un poema.
Benedicto XVI permanecerá cinco días en Israel, con un paréntesis de una jornada en el territorio palestino de Cisjordania, y de inmediato comenzó a atar los cabos pendientes de la agenda y a hacer equilibrios en el conflicto de Oriente Próximo. Su presencia en Israel ya es un fuerte gesto de reconciliación, pero de él se esperaba una palabra definitiva -si es que todavía hacía falta y parece que sí- sobre la condena de la Iglesia del antisemitismo.
Las últimas polémicas entre el Vaticano y el mundo judío que han enrarecido el clima han sido en torno a Pío XII -acusado por los hebreos de no haber hecho nada para salvarles en la Segunda Guerra Mundial-, el perdón al arzobispo lefevbriano y negacionista Williamson, y también la restauración de la misa en latín, con su plegaria de Viernes Santo que pide la conversión de los judíos.
Ratzinger abordó de inmediato la cuestión al bajar del avión y honrar «la memoria de seis millones de judíos víctimas de la Shoah (Holocausto), y rezar para que la humanidad no tenga que ver más un crimen de tal enormidad. Desgraciadamente, el antisemitismo sigue levantando su repugnante cabeza en muchas partes del mundo. Es totalmente inaceptable. Debemos combatir el antisemitismo allá donde se encuentre».
Corona de flores
El Papa culminó estas reflexiones horas después, por la tarde, con la visita al Yad Vashem, el recinto en el que se rinde homenaje a las víctimas del Holocausto. Allí depositó una corona de flores y dedicó unas palabras más personales: «No podemos dejar de recordar que cada uno tenía un nombre. Puedo imaginar la alegría de sus padres, mientras esperaban que nacieran. ¿Qué nombre daremos a nuestro hijo? ¿Qué será de él o de ella? ¡Quién habría podido imaginar que habrían sido condenados a un destino tan terrible!». El pacto tácito entre Israel y el Vaticano, no obstante, era aparcar su litigio por Pío XII. Y, de este modo, el Papa no entró a visitar el museo del Holocausto contiguo, donde en una sala se retrata de forma negativa a su predecesor.
Sin embargo, es como si de nuevo no fuera suficiente, como si el grado de descontento fuera tal que sólo se arreglara con un perdón personal del Papa y, como hizo Juan Pablo II, por la actitud de la Iglesia a lo largo de la historia. Tras el acto, el presidente del Yad Vashem, Avner Shalev, dijo que fue positiva, pero le reprochó que «no haya nombrado a los perseguidores, los nazis alemanes». Ya en su visita a Auschwitz en 2005, causó estupor que Ratzinger atribuyera el Holocausto «a un grupo de criminales».
El rabino Meir Lau, superviviente del exterminio y presidente del consejo directivo de la institución, insistió en que no había oído un «arrepentimiento» del Papa y que «ha perdido una gran oportunidad, no ha recordado que los que perpetraron esa masacre eran alemanes». «A diferencia de Juan Pablo II, no habló de asesinato, sino de la muerte de judíos, y no es lo mismo», añadió. El debate vuelve a abrirse y en los próximos días se evaluará qué recuerdo deja Ratzinger en su visita.
Independientemente de los resultados, mostrar la solidaridad del Papa con los judíos, fue el tema central. Sin embargo, Benedicto XVI también abordó cuestiones políticas ineludibles. En el discurso del aeropuerto suplicó que se busque «cualquier vía posible» para una «solución justa» al conflicto israelo-palestino y que ambos pueblos «puedan vivir en una patria propia, dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas». Salvo la mención al derecho a la seguridad de Israel, el resto del discurso estaba compuesto por claras evocaciones de las reclamaciones palestinas. El Papa se refirió expresamente al estatus de Jerusalén, que Israel considera su capital y cuya parte ocupó en 1967, al pedir que todos los peregrinos puedan acceder libremente a los lugares santos.
La dificultad del viaje del Papa quedó este lunes en evidencia en sus primeras horas en Israel. Al final de la jornada participó en un acto de diálogo interreligioso con musulmanes y judíos en el centro católico Notre Dame. Tras su intervención tomó la palabra, sin que estuviera previsto, el clérigo palestino Taisir Tamini, que comenzó a lanzar imprecaciones en árabe contra Israel.
Benedicto XVI no entendía nada y miraba a sus colaboradores con rostro perplejo. Algunos representantes judíos abandonaron la sala mientras el patriarca católico de Jerusalén, Fouad Twal, intentaba calmar los ánimos. El acto se interrumpió. El portavoz vaticano, Federico Lombardi, censuró el incidente: «Fue un ejemplo de negación del diálogo en un encuentro dedicado al diálogo, esperemos que no dañe la misión de paz del Papa». El director del Gran Rabinato de Israel, Oded Raviv, lamentó lo ocurrido y dijo que el jeque «ha abochornado a todos».
El objetivo del Papa de sembrar la paz encontrará un suelo muy árido. Preguntar en la calle en Jerusalén por la visita es encontrar rostros de indiferencia o incluso de desdén. Paradójicamente, a nivel teológico Ratzinger ha logrado avances en el diálogo con el mundo judío y una carta de 200 rabinos israelíes le ha dado la bienvenida.
No obstante, los sectores ultraortodoxos protestaron por la visita, el presidente del Parlamento (Knesset), Reuben Riblin, no fue al aeropuerto y cuatro ministros del partido Shas no participan en ningún acto. La razón es el pasado con uniforme nazi de Ratzinger.
Dos extremistas, incluso, le han denunciado y reclaman tesoros saqueados por el emperador romano Tito, que dicen que estarían en los sótanos del Vaticano. Rarezas aparte, se nota cierto escepticismo con Benedicto XVI, hasta el punto de que el diario Haaretz adelantaba que no había que esperar más que «un discurso seguramente anodino» en el Yad Vashem.