ANÁLISIS

Voluntad asimétrica

| TENIENTE CORONEL, PROFESOR DEL CESEDEN Actualizado: Guardar
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L a impactante visión de un ejército de 620.000 soldados puesto en jaque por un grupo de guerrilleros casi ignorantes de todo lo que no sea el Corán y los fundamentos islámicos ha conmocionado al mundo entero. Es difícil argumentar cómo con material obsoleto y sin estrategias innovadoras se puede amenazar la capital de una potencia nuclear como Pakistán.

Las explicaciones para esta debacle son muchas y variopintas, empezando por la concesión del débil Gobierno paquistaní a que se impusiera en el valle del Swat la ley islámica, lo que ha dado tiempo a los talibanes para reorganizarse. Luego están la marginación social y el abandono de amplias capas de la población y de regiones enteras. Sin olvidar la tolerancia de buena parte de los integrantes de las fuerzas armadas hacia quienes fueron sus discípulos y protegidos, utilizados para alcanzar fines estratégicos en Afganistán o Cachemira. Y también cabe citar la percepción de que los talibán difícilmente tendrían capacidad para actuar fuera de sus feudos, en esa zona fronteriza entre afganos y paquistaníes donde viven 40 millones de pastunes y existen miles de escuelas coránicas -madrasas- que sirven de fuente inagotable de luchadores islamistas, al ofrecer una causa religiosa por la que vivir y combatir.

Pero hay otra lectura más profunda del descalabro del Ejército paquistaní: la voluntad de vencer de los talibanes. Convencidos de la urgencia de purificar la sociedad, corregir las desigualdades y limpiar la corrupción, su obstinación se convierte en absoluta, determinante y desbordante. Es la perseverancia insuperable del persuadido de la superioridad moral de sus preceptos, que impulsa al combate con energía apabullante, como desesperados que nada tienen que perder, pudiendo ganar el paraíso con su sacrificio.

Ante esta fortaleza moral se encuentra una sociedad paquistaní dubitativa, todavía en proceso de consolidar una joven democracia civil y con un Gobierno acusado de corrupto y de incapaz para hacer llegar al pueblo la inmensa ayuda externa que recibe. No es el dinero ni la tecnología, ni siquiera la superioridad numérica, lo que decidirá esta guerra. Será la fe en la victoria, la confianza en los principios por los que se lucha, lo que marcará la diferencia. Y, de momento, esta fase la van ganando los talibanes.