EL PUERTO

Crisis por sevillanas

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Antonio Jiménez se afana en la colocación del expositor de mariscos de la caseta Los Cerillitos, Francisco Leal corta jamón en Binomio y en Romerijo se preparan platos típicos de Córdoba. Las niñas de Araceli Arias, Carmen Morales y Miguel Villa dibujan ritmosas los pasos de las primeras sevillanas de una feria. Podría ser cualquier fiesta popular de Andalucía, pero si algo caracteriza a la de El Puerto es la hospitalidad y familiaridad que se respira entre sus aceras y lonas, desde la portada hasta la calle del Infierno. Jamones, quesos, chacinas y cientos de kilos de marisco regados con el vino fino de la tierra, el cante y el baile, el calor de la gente y las ganas de diversión ayudarán hasta el domingo a olvidar los problemas económicos como de la peor manera se pueden solucionar: gastando.

Si se atiende al dicho, una vez al año... y, ayudados por la coincidencia de la fiesta con los primeros días de mes, los trabajadores y los fieles a la Feria de Primavera y Fiesta del Vino Fino, podrán gozar de cinco días de tranquilidad. Paz contenida, por los bolsillos, pero impulsada por toda clase de elementos sensoriales. Con la feria... la crisis se va.

Buenas expectativas

Antonio Castaño es cocinero del catering Juan Antonio Serrano, procedente de la localidad cordobesa de Palma de Río. La semana pasada pudieron comprobar que con o sin dinero, el Real de Sevilla sigue siendo un hervidero de feriantes. «Servimos en siete casetas y en todas ellas vendimos mucho más que el año pasado. Las previsiones para la de El Puerto son buenas y esperamos que se cumplan», destacaba a media tarde mientras cocinaba un menú original para 110 personas vinculadas a la famosa empresa de cocederos de mariscos. Rabo a la cordobesa, cordero lechal, entrecot argentino y el típico pescaíto frito.

Pero si algo se cocinaba ayer y se distribuirá en las 90 casetas –6 más que el año pasado– que configuran el recinto ferial será la modesta y rica tortilla de patatas. Causa obliga, a pesar de que la mayoría de las empresas dedicadas a servir la comida aseguran no haber aumentado los precios. Antonio Jimenez, encargado del Restaurante Lastra del Club Náutico dispone una vitrina que “vale dos millones de pesetas» en la caseta Los Cerillitos. Bogavantes, langostas, cigalas y carabineros. Traerá, además, 100 kilos de gambas y otros 100 de langostinos, 70 quesos manchegos y 40 jamones. En la nevera guardó 300 medias botellas de fino, pero ha tenido que incluir, por primera vez en sus años como hostelero, la tortilla. «La clase trabajadora es la que, curiosamente, más gasta. Pero la crisis afecta a todos por igual y tanto en Rota como en Sevilla la venta ha ido fatal», subrayó algo más pesimista. «Se están reteniendo en el marisco y el jamón y le tiran más al adobo», comentaba con guasa Francisco Leal, responsable del catering lebrijano que lleva la caseta Binomio.

Volantes, chaquetillas, lunares, grandes pendientes, algunos menos mantoncillos y, en contraste con el albero, tonos morados. La mujer portuense se engalana en 2009 de forma diferente al año pasado, pero por la moda esclava, mucho menos por la crisis. «Se han animado bastante en esta última semana, podemos decir, aunque aún no hemos hecho balance, que como mucho hemos vendido tan sólo un 10% menos que el año pasado», asegura Victoria Vega, encargada de la tienda La Reja. La repetición de trajes de flamenca por Las Banderas no será la constante en esta edición a pesar de los malos augurios. Samara, una joven y pujante diseñadora local ha puesto a la venta las creaciones de la pasada temporada a un precio más módico, de manera que esta opción se ha convertido en otra solución para las menos pudientes. Y es que la motorada ha dejado las carteras vacías para algunos, pero ha colmado las cajas registradoras de muchos negocios. «Esta circunstancia y el hecho de que la gente cobra a primeros de mes ha propiciado que no bajemos las cifras de venta», recuerda Vega.

Esperan cinco días de fiesta, de paseo de carruajes, de actuaciones musicales, de toros, de concursos morfológicos de caballo, de entrega de premios por los exornos de casetas, de baile y de miles de descorchamientos de botellas de vino para aliviar las penas y potenciar las alegrías, para recuperar el ánimo y de paso, en los que puedan, las cuentas corrientes. Y es que hasta el Ayuntamiento portuense ha adecuado el presupuesto a la crisis. Menos bombillas y mejor distribuidas y una sola inauguración en vez de los dos actos que se venían celebrando en los últimos años para ahorrar gastos protocolarios.

Así, a las diez de la noche, un nonagenario valenciano, Rafael Bellvis Marín –como manda la tradición es el habitante de mayor edad de la ciudad a la que está dedicada la feria–, pulsaba el botón del mermado alumbrado. El alcalde Enrique Moresco, acompañado del resto de la Corporación municipal y de la secretaria autonómica de la Consejería de Turismo de Valencia, María Victoria Palau, presidieron la puesta de largo. Se escucharon las letras de los himnos de Andalucía y la Comunidad Valenciana y sonó el de España, actuación que corrió a cargo de la banda Maestro Dueñas y tres corales. Después, una sevillana expresamente compuesta para la ciudad hermanada dio paso al paseo oficial hasta la caseta municipal, a la que este año se le ha añadido como novedad otra de Juventud cuyos fondos serán destinados a fines sociales.

Con o sin autobuses, con música flamenca o de discoteca, trajes repetidos o con tortilla, El Puerto se volvió y volverá a volcarse con su fiesta. La cara de una fallera adorna el recinto de Las Banderas, vigilante, contempla como se goza en la Bahía. Con vino, la crisis se va.