EL CANDELABRO

Pedrusco

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C ada vez que veo a una señora famosa o esposa de algún personaje público con una desmesurada piedra colgando del cuello, me digo: otra a la que Felipe González le ha encalomado una de sus joyas. Y es que si algo distingue los diseños de este ex presidente del Gobierno es precisamente su inmensidad. Por su volumen las conoceréis (a las joyas, digo). Está claro que para González, en materia de jardinería no, pero en materia de bisutería el tamaño importa. Y mucho. Sus pedruscos... ¿cómo decirlo? Resaltan, abultan. Y me temo que hasta descoyuntan. Una elefantiasis joyera que resulta verdaderamente paradójica en un cultivador de bonsáis.

Toda la capacidad de seducción que tenía Felipe como político (y era mucha) la está empleando ahora con sus amigas y conocidas para que carguen (nunca mejor dicho) con sus piezas de bisutería fina... Bueno, más rústica que fina. Y el resultado está siendo espectacular. A las pruebas me remito: Sonsoles Espinosa, la mujer de Zapatero, se presentó el otro día en la ceremonia de entrega del Premio Cervantes con una gargantilla de González de la que colgaba una piedra de ámbar triangular, morrocotuda, engarzada en media luna de nácar casi más grande que su cabeza. Vamos, que el 'babero' en cuestión me recordó a la bacinilla del Quijote y llegué a pensar si no sería aquello un sutil homenaje al príncipe de los ingenios... (Premio Cervantes, ¿me siguen?).

Otras notables damas alegremente 'empedradas' son las García Vaquero: Mar (actual novia de Felipe) y su hermana Begoña. Al funeral por el padre de Mar Flores acudieron las dos con vistosos colgantes. Las cervicales de Begoña soportaban (impasible el ademán) no menos de cuatro pedruscos de buen tamaño. Temo que el audaz González se plantee ahora engarzar ruedas de molino. Y que más de una comulgue con ellas. Carmen Romero, no, desde luego... ¡Menudo peso se ha quitado de encima!