Lo que queda de Thatcher
Su pueblo natal, Grantham, apenas recuerda con una simple placa a su hija más ilustreLa 'Dama de Hierro' cimentó sobre las ruinas laboristas once años de liderazgo en el Reino Unido
| ENVIADO ESPECIAL. GRANTHAM GRANTHAM Actualizado: GuardarSi se le pidiese a Margaret Thatcher el balance de su liderazgo político, cuando se cumplen hoy treinta años de su primera victoria, en las elecciones británicas del 3 de mayo de 1979, es muy posible que utilizase las mismas palabras que escribió como epitafio a dos alcaldes de la ciudad en la que nació, su propio padre y un amigo de la familia: «Defendieron todo lo que es bueno y honorable».
Kathleen Porter, que lee esas palabras en la carta que la primera ministra escribió a su familia tras la muerte de su marido, cree también, como sus biógrafos, que el ejemplo de su padre, propietario de una tienda de comestibles en una calle céntrica de la pequeña ciudad inglesa de Grantham, fue decisivo en la formación de la personalidad y de las ideas políticas de la mujer que recibió el apodo de 'La Dama de Hierro'.
El padre, Alfred Roberts, alcalde de lo que era entonces una población con diez mil habitantes, era también predicador en la iglesia metodista y un empresario astuto en la gestión de su comercio. Inspiró a su hija mayor a trabajar con disciplina, a ser insistente y decidida. El señor Roberts era un hombre con modales rígidos, que se descubría para saludar incluso a las hijas jóvenes de sus conocidos.
Kathleen Porter, que fue al mismo colegio que Margaret Thatcher, pero no coincidió con ella en la misma calse, por ser dos años más joven, señala que otra influencia decisiva en la formación de la hoy baronesa fue la señorita Williams, que fue la profesora de ambas en la Escuela de Chicas de Kesteven y Grantham. «Animaba a todas las chicas a prepararse para profesiones, para no conformarse con trabajar en una tienda. De mi grupo de siete, todas ejercimos profesiones»», recuerda Porter.
Thatcher estudió Químicas y Derecho y mostró ya en la Universidad de Oxford su interés por continuar la participación en la política que vio en su padre. Tras su matrimonio con el empresario Dennis Thatcher y la llegada de sus dos hijos gemelos, su camino estaba despejado para emprender una carrera de parlamentaria en el Partido Conservador. Se convirtió finalmente en la primera mujer que se hizo cargo de la jefatura del Gobierno en un país desarrollado.
Leones y minas
Ése es el único atributo de Margaret Thatcher que celebra su ciudad natal. Aunque hay un pequeño apartado de objetos diversos en el museo de historia local, la ciudad, donde también se crió el polifacético científico y parlamentario Isaac Newton, no la conmemora públicamente más que con una pequeña placa en el muro exterior de la vivienda, sobre la tienda de comestibles, donde nació, y que la recuerda como 'la primera mujer jefe de Gobierno de Gran Bretaña e Irlanda del Norte'. La tienda es ahora una 'clínica quiropráctica y retiro holístico'.
A Kathleen Porter, que pertenece al Club Conservador de Grantham, le parece bien que no haya estatuas en la ciudad de personas que aún viven y describe cómo en estos momentos hay una cuestación popular para levantar un nuevo monumento a los vecinos muertos como soldados en guerras posteriores a 1945 porque ya existe uno dedicado a los muertos de las dos grandes guerras del siglo XX pero ninguno a los fallecidos con posterioridad.
El monumento a Margaret Thatcher lo erige Kathleen Porter en su memoria. «Creo que heredó de su padre una determinación que no le permitía regatear sobre las cosas que creía correctas. Y eso lo demostró en la guerra de las Malvinas y en la batalla con los sindicatos», las dos gestas que la correligionaria conservadora destaca de su mandato.
«Los militares argentinos creyeron que no nos iba a importar su invasión, porque era unas islas pequeñas y muy lejanas. Pero Margaret Thatcher les enseñó que no puedes retorcer la cola del león. Y la de los sindicatos fue una de sus mejores batallas», dice Porter; «nadie les había elegido para decidir la política del país, pero decían al partido Laboristag lo que tenía que hacer».
Hundida en Europa
Los conservadores de Grantham tienen ahora en Quentin Davies un rival que les provoca la antipatía que antes sentían por el líder del sindicato de los mineros, Arthur Scargill. Era hasta hace dos años el diputado conservador por Grantham, pero, a pesar de que este banquero es uno de los parlamentarios más ricos en Westminster, decidió cambiar de bando y unirse al laborismo.
Gordon Brown le nombró secretario de Estado de Defensa, con responsabilidad para el aprovisionamiento de las fuerzas armadas. Este político ambiguo cree que Margaret Thatcher «introdujo un nuevo concepto de gestión económica basado en la iniciativa empresarial, las privatizaciones, la disciplina monetaria... Reino Unido dejó de ser el enfermo de Europa como en los años sesenta y setenta; cambió la cultura de tal modo que la gente pasó a ver los negocios como algo positivo».
Davies cree que la herencia del padre, las ideas metodistas sobre la comunidad de los elegidos, dejaron a Thatcher sin sentimientos de simpatía por los débiles y que su conducta de la política exterior fue a veces muy inepta. «No le gustaban los extranjeros, sólo los países de la Commonwealth... y eso tuvo algunos efectos desastrosos. Obtuvo resultados en las Malvinas y en la unión con Ronald Reagan frente a la Unión Soviética, pero calificó a Nelson Mandela de terrorista y su enfrentamiento con la Unión Europea finalmente la hundió».
No es extraño que Kathleen Porter y Quentin Davies tengan opiniones diferentes sobre la vigencia de su legado en estos tiempos. Según Porter, «Margaret llegó cuando teníamos una recesión y la remontó; ahora, si ganamos, estaremos en la misma situación, con una enorme deuda». Para Davies, «la agenda de hoy es diferente, no venimos de una época con excesivo papel del Estado sino de excesos del capitalismo, la respuesta 'thatcherista' a esta situación sería equivocada en ciento ochenta grados».
Margaret Thatcher llegó al 10 de Downing Street en el mediodía del 4 de mayo de 1979 y tenía un breve discurso preparado para las cámaras de la BBC. Lo esencial del discurso era un fragmento de la Oración por la Paz de San Francisco de Asís, donde había sustituido la primera persona del singular por el plural nosotros: «Donde haya discordia pongamos armonía, donde haya error pongamos verdad, donde haya duda pongamos fe, donde haya desesperación pongamos esperanza».
Su victoria, con el 33.33% del voto de los electores contra el 28% de los laboristas, liderados por Jim Callaghan, le dio una mayoría de 44 escaños y no sorprendió.
El Gobierno de Callaghan había sufrido un 'invierno del descontento', con huelgas, inflación, deuda y aumento del paro. Pero los sondeos registraban una mayor popularidad personal de Callaghan que de la candidata conservadora.
El periódico semanal de su ciudad natal, el 'Grantham Journal', se perdió la noticia de la elección en su edición del día 4 -su portada daba cuenta de una protesta vecinal contra la creación de un vertedero-, y en la del día 11 informaba de una nueva protesta contra el Consejo Nacional del Carbón, que debatía si crear nuevos pozos en la comarca.
Periodista sorprendido
En una noticia menor de la portada, el 'Journal' explicaba que habían recibido la llamada de un periodista japonés, que se quedó sorprendido porque la gente de Grantham «no estaba bailando en la calle» al ver a una hija de la ciudad en la cima del Gobierno.
El editorial apelaba a la magnanimidad de todos los vecinos por encima de cualquier tipo de división política, «que no pueden alterar el hecho de que es una 'granthamian'».
El primer Gabinete de Margaret Thatcher también estaba atravesado por las divisiones: entre los seguidores del anterior líder conservador, Edward 'Ted' Heath, que representaban una política consensual y más abierta hacia Europa, y el grupo de afines a la primera ministra, que promovían la disciplina monetaria, un ajuste económico rápido, aunque fuese socialmente duro, y una visión del mundo más nacionalista británica. Esa división desembocó en una purga de los 'húmedos' más críticos de la líder, en el camino hacia el mandato más largo de un jefe de Gobierno británico en el siglo XX, once años y medio.