Obama y Kennedy no se parecen tanto
El nuevo presidente ha superado la criba de los cien días, algo que no logró el líder asesinado
Actualizado: GuardarCien días después de que Barack Obama llegara a la Casa Blanca, sus similitudes con John Fitzgerald Kennedy se han diluido en gran medida. Ya no se parecen tanto. No hay nada más cruel que el tiempo, ese juez insobornable que da y quita razones, como decía cada medianoche un ya retirado comunicador radiofónico. Los años, además de algunos documentos desclasificados, han erosionado la imagen del presidente estadounidense asesinado en Dallas en 1963, incrementando el valor de los conseguidos por su sucesor afroamericano en sus primeros pasos al frente de la Administración. Obama sobrevive a cien días, Kennedy ha sucumbido a cuatro décadas y media.
En la actualidad, si el análisis se mantiene descontaminado del mito que siempre representará, parece demostrado que JFK fue un hombre que dijo unas cosas pero hizo otras muy distintas, algo de lo que también acusan al actual líder demócrata, aunque éste, en sus primeros pasos, sí parece que ha materializado la mayoría de sus promesas, aunque con un éxito que aún queda por certificar.
Kennedy también hizo historia con sus discursos, llenó de carisma Washington, pero cumplió pocas de las expectativas que despertó a la hora de presentarse como adalid de la lucha por la igualdad racial y los derechos civiles, garantizador de la paz mundial, precursor de la carrera espacial o cooperador con Latinoamérica gracias a una Alianza del Progreso que procuraría ayuda internacional para paliar los problemas de la nación.
Durante sus primeros cien días sí escribió una carta a su homólogo soviético, Nikita Kruchov, para intentar poner orden en la Guerra Fría, mandó reactivar el programa para sacar al hombre de la Tierra y miró más allá de río Grande, pero a la postre su política desembocó en la 'crisis de los misiles' y operaciones de contrainteligencia en el Vietnam prebélico, el recorte de ayuda económica a los astronautas de cabo Cañaveral, la construcción del muro de Berlín y la autorización de la fracasada invasión de Bahía de Cochinos.
El icono de las esperanzas estadounidenses no pasa un examen frío de su gestión, pero, pese a ello, sigue considerado como uno de los mejores presidentes. «No preguntes lo que tu país puede hacer por ti, pregunta lo que tú puedes hacer por tu país», fue una de sus frases más célebres del hombre llegado al Gobierno para combatir «a los enemigos comunes del hombre; las tiranía, la pobreza, las enfermedades y la guerra misma».
'La nueva frontera'
Su programa doméstico, bautizado como 'La nueva frontera', nació ambicioso, con promesas de fondos federales para la educación, atención médica para la Tercera Edad, intervencionismo para detener la recesión, revisión de la política gubernamental de inmigración y grandes apuestas para poner fin a la discriminación racial y fomentar la protección de los derechos civiles. Un nuevo 'New Deal' social para frenar el deterioro progresivo tras la euforia que proporcionó la victoria en la Segunda Guerra Mundial. Hacía falta un nuevo discurso, una nueva clase política...
Pero todo quedó en nada, o en muy poco, porque sus organizaciones y movimientos populares pronto irritaron a los poderes establecidos. El idealismo sucumbió ante el oscuro pragmatismo tradicional y el espíritu se traicionó con las dificultades para elegir el Gabinete con el que soñaba. Optó por una solución de compromiso que hundió el Espíritu de los Cien Días. Hasta Edgar Hoover siguió al frente del FBI.
Apenas logró introducir cambios mayores en la legislación. Su Administración redactó más de cincuenta proyectos de nueva normativa aunque sólo consiguió sacar adelante las normativas federales para educación, salarios mínimos y vivienda. El resto de sus propuestas, incluida la Ley de Derechos Civiles, permanecieron congeladas. Su muerte en Dallas las enterró definitivamente. Su cambio apenas afectó a las estructuras productiva, laboral, de protección social y de derechos civiles. La voluntad de introducir cambios emblemáticos se fue diluyendo poco a poco. Pero el mito Kennedy sobrevive. El de Obama todavía también. La definitiva comparación entre ambos la hará el tiempo.