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La memoria perdida de Margaret Thatcher

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A pesar de sus repetidas ofertas para apoyarla durante los once años en que fue primera ministra, confieso que nunca voté ni a Margaret Thatcher ni a su partido. Me parecía que las dos agudas recesiones de los años 80 fueron resultados directos de sus políticas económicas y, aunque algunos objetivos tuvieran mérito, sus métodos para llevar a cabo las reformas produjeron daños a la sociedad británica que todavía son visibles hoy. Pero, para lo malo y para lo bueno, Thatcher fue una mandataria extraordinaria: encabezando un Gobierno supuestamente conservador fue la primera mujer que accedió al liderazgo de su país, adoptó unas políticas muy radicales y acabó prestando su nombre a una ideología de impacto mundial, el 'thatcherismo'.

El Reino Unido que heredó la ex primera ministra estaba económicamente estancado y tenía su moral derrotada. Los poderosos sindicatos defendían los intereses de sus miembros hasta la saciedad, pero no los del país en su conjunto. La débil patronal británica había perdido el rumbo. Y la clase política no tenía una respuesta a los problemas derivados del bajo crecimiento económico y del declive nacional. Thatcher fue pionera de unas políticas que provocaron una nueva orientación y que fueron retomadas en muchos otros lugares del mundo. Inventó palabras nuevas como privatización y desregulación. Pero más que eso, Thatcher hizo algo que pocos líderes han sido capaces de hacer: que la gente creyera que el cambio era posible, de tal manera que, al igual que el presidente Obama, generó una actitud de «sí, podemos». Aunque defendiera una ideología muy distinta, el presidente europeo al que Thatcher más admiraba era Felipe González por haber creado una nueva España en los años 80; de ahí que le considerara su 'hijo predilecto' políticamente hablando.

La influencia de Thatcher se percibe aún en Reino Unido. Pero treinta años después de su elección, la economía mundial por la que tanto hizo para moldearla atraviesa muy serios apuros. En concreto, servicios financieros, liberalizados y globalizados por ella y su aliado, el presidente Reagan, han tenido que ser rescatados por ideas aparentemente descartadas -entre ellas, la nacionalización- para evitar la catástrofe. Y Keynes vuelve a estar de moda. Sin embargo, se trata de medidas a corto plazo adoptadas por dirigentes políticos reacios a aceptar que sean soluciones permanentes. Hasta que se formule una nueva ideología para el siglo XXI, aún nos quedarán los vestigios del 'thatcherismo'.