Sociedad

México lindo y vacío

La epidemia ha congelado el país, y hasta la delincuencia ha decaído

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Hay una diferencia en la idea de sociedad global: que unos están para dar y otros para recibir. De acuerdo con eso, el primer mundo ya habría decidido que esta influenza es menor, si no muta. Y es tan impredecible como que un individuo pierda su empleo en unos grandes almacenes y embista con su coche a los ciudadanos que asisten al día de la reina en Holanda. En cuanto al tercer e ignorado mundo, que caza jabalíes y serpientes para sobrevivir en la selva de Holbox o se prostituye en Ciudad Juárez, no hay gran diferencia entre morir envenenado, a manos de los narcos o de una gripe. La sociedad global lleva a que los que están jodidos sean los de siempre. Tampoco habría gran diferencia entre una gripe buena y la mala, porque ambas, en una gran parte de México, resultan mortales de necesidad. La diferencia estriba en que los pobres se mueren ahora con una gran información. Aunque no tengo claro que ese sea un consuelo.

Lo más parecido a la descripción que mis amigos del D.F. hacen de su capital es la película Soy leyenda, del tierno y cachondo Will Smith. Recuerden, un virus de laboratorio convierte a la raza humana en depredadora y vacía las grandes ciudades. Hay una escena conmovedora en la que el personaje acude a unos grandes almacenes donde mantiene largas y jugosas conversaciones con inanimados maniquíes, mientras se pertrecha de alimentos y bebida. D.F. era también ayer una ciudad abandonada. La imagen para algunos periódicos era la de un único niño montado en un auto de choque en mitad de un gigantesco parque de atracciones.

El encuentro de dos personas en la calle tenía un toque entre kitsch y alienígena, la gente detrás de la mascarilla, asomando a un rostro invisible dos ojillos escrutadores. Hay que estar atento, como indican las autoridades sanitarias, y huir de cualquier riesgo. Una tos o un estornudo ponía en fuga a los viandantes que habían salido para saborear una ciudad fantasma, sin tráfico apenas. Colegios, restaurantes y clubs nocturnos cerrados. Recordaba a uno de mis viajes a Israel, y a cómo los ciudadanos salían de estampida bajo las marquesinas en las paradas de los autobuses a al ver mi mochila y reconocer mi moreno de Reconquista y la porción árabe que me corresponde.

«No se oye un ruido», dice Gonzalo, un banquero entrañable, redondo y bonachón, casado con Sandra, una mujer que es música. «No se ve un alma. Por no haber no hay ni contaminación en la ciudad más contaminada del mundo. Los pocos empleados de los servicios considerados necesarios te sirven enfundados en una indumentaria concebida más para una guerra química que para expender un detergente. Y cada veinte minutos se les exige lavarse las manos». Los servicios de seguridad, Policía y Ejército patrullan las calles como el primer paseo del hombre en la Luna. Llevan mascarillas de hospital, y un diario ha llegado a comparar el D.F. con un hospital gigantesco. «Todo parece kafkiano», asegura Gonzalo, «como si en cualquier momento uno fuese a convertirse en mosca».

'Tamiflu' en la despensa

Los semáforos funcionan inútilmente, no regulan el paso de nada y, sin embargo, hay gente que aguarda tranquilamente su cambio de color. «No hay sitio más seguro que tu propia casa», repiten incesantes la televisión y la radio. En las farmacias se han agotado las mascarillas y hay quien ha sustituido baldas enteras de frijoles en lata por frascos de 'Tamiflu'. El tequila, no, que eso pertenece al botiquín de primeros auxilios. Ha amainado la delincuencia común, y se han aplazado las vendettas de los narcos. En realidad, podría pensarse que muere menos gente ahora que antes de la gripe.

El secreto temor es qué va a ocurrir el día después de la victoria. El Banco central de México ha advertido que la recesión se va a agravar, cuando ya la economía había retrocedido un 8% en el primer trimestre a causa de la crisis. «¿Cómo me va a preocupar la enfermedad, si no voy a poder dar de comer a mis hijos?», pregunta un ciudadano común. Salomon Pressburger lanza una proclama: «que cada quien conscientemente trabaje a la mínima capacidad posible, sin tronar el negocio». Pero la Procuraduría General de Defensa del Trabajo advierte que las empresas no esenciales que laboren serán castigadas.

Todo el mundo se aprovecha de las circunstancias. Brigitte Bardot denuncia una masacre de cerdos en Egipto. Y Angelito, mi cantante predilecto de salsa, ha recibido una invitación del Ayuntamiento de Cozumel para que con su grupo, Efeleson, actúe esta noche ante un público local. Eso sí, en un espacio abierto. «Lo que no sé es si tendré que cantar con la mascarilla puesta. Porque, aunque no hay un caso de gripe en la isla, la gente se ha puesto hasta guantes».