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TRIBUNA

Obama dentro de 50 años

JOSÉ M. DE AREILZA Profesor de IE Law School
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Los análisis sobre los cien primeros días de gobierno de Barack Obama carecen en el fondo de interés. Realmente no tenemos perspectiva suficiente para poder evaluar con distancia y objetividad nada, somos parte del fenómeno que pretendemos analizar y no sabemos qué importancia real tendrán dentro de 50 años los primeros pasos de este mandato que tantas expectativas ha despertado. Las encuestas dicen que cien días después de la llegada a la Casa Blanca del nuevo presidente de Estados Unidos, la mayor parte de los norteamericanos aprueban su trabajo, valoran mucho su figura y tienen confianza respecto al futuro del país. Lo que esto demuestra es la necesidad de creer en algo o en alguien en épocas de crisis y el optimismo tan saludable que hace de EE UU una nación envidiable.

Es innegable y comprensible la simpatía y admiración que despierta Obama entre millones de personas en todo el mundo, pero nadie sabe si los cientos de medidas en todos los frentes que está adoptando van a surtir efectos positivos y si su activismo doméstico e internacional será acertado o no. Muchos presidentes llegaron a la Casa Blanca con una elevada popularidad, empezaron a tomar medidas ambiciosas y terminaron siendo un desastre, y viceversa. Pero la manía de hacer y valorar los análisis a los cien días está instalada entre nosotros, y casi nadie recuerda que empezó con el New Deal de Franklin D. Roosevelt, que vendió el éxito de sus propias iniciativas legislativas en sus primeros meses, en un intento de levantar la moral de la población.

En cualquier caso, lo más preocupante de caer en la trampa de tomarse en serio los análisis de los cien primeros días es que dicha actitud forma parte de lo que nos ha llevado a la crisis actual: el pensamiento a corto plazo, la necesidad de resultados financieros positivos cada tres meses, la toma de decisiones basada en el lucro inmediato y con un profundo desconocimiento de la Historia. EE UU se encuentra sumido en una situación muy difícil, tanto económica como en el terreno de la seguridad (los europeos no estamos mejor, carecemos de líderes a la altura de las circunstancias y de suficientes medios para aprovechar nuestra escala comunitaria y salir antes de la crisis). Barack Obama sabe que sin buenas noticias en estos ámbitos al final de sus cuatro años de mandato su enorme simbolismo y atractivo personal desaparecerán. Necesita aprovechar su cuantioso capital político para tomar ahora medidas impopulares y acertar después.

Adam Posen, tal vez el economista de EE UU que mejor conoce las crisis financieras de los últimos 30 años, ha lanzado una seria advertencia sobre el riesgo de hacer a medias la recapitalización de los bancos y, en vez de ejercer el suficiente control público sobre ellos, dejar que persistan los mismos incentivos equivocados para directivos y accionistas. Dick Morris, el asesor político que fue crucial en la reelección de Bill Clinton, observa que el incremento del gasto público y del tamaño del Gobierno va en contra de los deseos de la mayor parte de los norteamericanos; y que Obama corre el peligro de convertirse en parte del problema y no de la solución. Ni siquiera estos análisis tienen más valor que el de expresar inquietudes y recelos basados en una larga experiencia en la economía o en la política. Obama acertará si piensa que cien días después todavía no ha comenzado su tarea y si, sobre todo, le importa el análisis de su ejecutoria y su legado dentro de 50 años.