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La libertad de expresión

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Se nos ha pasado el plazo y ya no tenemos derecho a reclamación. Ni siquiera a preguntar ni a lamentarnos como Sabina ¿quién me ha robado el mes de abril?, aunque se nos pase por la cabeza darle las quejas a Gore y a su calentamiento global. No termina de llegar la primavera y ya los comercios casi están de liquidación -¿cuánto dura una semana, aunque sea fantástica?-. El único consuelo que nos queda es echar mano del refranero y pensar que aquello de marzo ventoso y abril lluvioso nos van a traer un mayo florido y hermoso. Por lo menos, esa es la intención. Y como de buenas intenciones está el invierno lleno, que decía Víctor Manuel -y seguía «la vida es un combate contra el tiempo»- vamos a ver si se cumplen las expectativas y no se queda todo en aguas de borrajas.

No está mal empezar el mes celebrando el derecho a la libertad de expresión. El primer Festival Internacional por la Libertad de Expresión, que la Asociación de la Prensa de Cádiz ha venido desarrollando desde el pasado miércoles es un ejemplo claro de que incluso en ciudades tan mamarrachas como esta se pueden hacer cosas interesantes y se puede hacer bien. Mesas redondas, exposiciones, teatro, conciertos -no era el que nos vendieron, pero bueno- flamenco... todo para celebrar que tenemos el derecho a expresarnos libremente, algo que no es posible en otros países donde sus presidentes reciben el premio Libertad Cortes de Cádiz. Qué le vamos a hacer, ya que no nos queda nada, que por lo menos nos quede la palabra como pedía Blas de Otero -estoy asquerosamente trasnochada, lo siento-. Un derecho, el de la libertad de expresión, que han ejercido alegremente Camps y el Bigotes sin sopesar el peso que tienen las palabras y los arrumacos «amiguito del alma, que te sigo queriendo mucho», «que te quiero un huevo» cuando se tienen los teléfonos pinchados. O el que han ejercido Sarkozy y Zapatero después de que el francés tuviera un conato -sofocado, en cualquier caso- de llamar tonto a nuestro presidente. «Nuestra relación va más allá de la fraternidad profesional», le decía el francés, mientras Zapatero le confesaba «siento un aprecio profundo intenso, sincero y para siempre». Sólo les faltó decirse aquello de «amor es no decir nunca lo siento» que repetían los de West Side Story. Pero ni por esas le han podido arrebatar el protagonismo a la primera dama que se ha llevado todas las portadas, todos los titulares y todos los elogios, que para eso la Bruni fue sacristana antes que fraile y sabe posar mejor que nadie. La visita presidencial ha sido empañada por la absurda competencia de modelitos entre la Princesa de Asturias -más vintage que nunca, customizando su fondo de armario- y la modelo cantante -que no es obligatoriamente lo mismo que la cantante modelo.

Lo que nadie imaginaba es que un virus, el AH1N1 -suena mejor que lo de la gripe porcina, qué quieren que les diga- nos iba a amargar a todos la semana. Si en el siglo XIV a todas las plagas se les llamaba 'peste' -siempre negra o bubónica- y en el XIX se les llamaba 'fiebre' -básicamente amarilla-, en nuestros tiempos todas las epidemias son 'gripes'. Y ya hemos conocido unas pocas, la aviar, la de las vacas locas, la de las lenguas azules y ahora le toca el turno a la del cerdo, que se propaga a la velocidad de la luz y que viaja en aviones. Y que viene en los equipajes de los cientos de estudiantes españoles que habían decidido este año desfogarse en Cancún. Menos mal que esta pandemia sólo afecta a los jóvenes sanos. Por ahí nos vamos a librar. Si es que nos libramos, porque esto ya está empezando a tener muchas similitudes con Blidness.

Y mientras nos coge la gripe porcina, se nos ha colado mayo con sus ferias. Tras Jerez, ya lo saben, la Feria de El Puerto de Santa María, que este año está dedicada a Valencia. Ya el pasado mes de febrero, en Fitur, los concejales Fernando Gago y Millán Alegre fueron los encargados de invitar oficialmente al presidente de la Comunidad de Valencia, Francisco Camps -el amiguito del Bigotes- a la feria. Ahora queda saber si vendrá con los trajes, con su esposa, con las medallitas y las pulseras, con su amiguito del alma... o si se va a atrever a venir, con lo que le está cayendo encima.

Es un mes de ferias, también para los libros. La de Cádiz, ya tiene fecha y programa. En esta ocasión, dedicada a la literatura peruana -en especial a Vargas Llosa-, se inaugura el próximo viernes, sin Vargas Llosa, que no deben estar los presupuestos como para tirar cohetes. Luis García Montero -que como es más de por aquí- será el encargado del pregón de apertura a un programa repleto de actos -veintiuno, en diez días- y de ilusión por parte de los organizadores. Y pese a no haber grandes nombres, llama la atención que, con el bajo presupuesto que siempre tuvo esta feria, con lo inhóspito del lugar donde se celebra, con los ánimos de la vicepresidenta de la Fundación Provincial de Cultura en la presentación de la Feria como un «reconocimiento a esos editores raros, distribuidores heroicos, libreros conscientes y lectores intrépidos» -ni que estuviera hablando de una expedición al Himalaya- y con la crisis que tenemos encima, se pueda programar algo con tan buena pinta.

Que no todo iban a ser chapuzas a domicilio. Porque ni siquiera el domicilio es ya un lugar seguro. Si no, que se lo digan a los padres a los que esta semana la fortuna no les ha sonreído y a los que una bola ha dejado sin el colegio escogido para sus hijos. Y eso que había libertad de elección de centros. Habrá que hacerle un festival ya mismo a la Delegación. O a la madre del que ideó el sistema de baremación. Porque si hay algo seguro es que madre no hay más que una. Y mañana es su día. Felicidades.