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¡Esa puerta!

MANUEL ALCÁNTARA
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Se confirma que el miedo suele ser peor que aquello a lo que se teme. Sin ir más lejos, yo mismo, que tengo una gripe que por poco no me deja sin fumar, me conformo con que no sea la gripe porcina.

Ha cundido el pánico y ahora que no se venden coches, lo que se venden son mascarillas. Se han agotado en las farmacias, sobre todo en las cercanas a los aeropuertos. Incluso hay políticos que las adquieren con la finalidad de superponérsela a su máscara habitual.

La comisaria europea de Sanidad aconseja no viajar a México y los ministros del llamado viejo continente se van a reunir mañana para ponerse de acuerdo. La transparente invasión viene por el aire y le tememos como a la peste. Afecta por igual a quienes vienen de allí que a los que no vamos desde los tiempos en que Adelita se fue con otro. ¿Quién se dejó la puerta abierta? En su Genealogía de los modorros, Quevedo declara por necio al que entrando por una puerta que halló cerrada la deja abierta. Menos mal que España cuenta con cinco protocolos de actuación para hacerle frente a una pandemia que es posible, pero no probable. Quizá en las épocas de crisis lo que más se propague sea el pesimismo, pero algo muy parecido sucedió hace unos años con la gripe aviar. Algunos expertos predijeron que podrían producirse 150 millones de muertos. Fue entonces cuando oímos hablar por primera vez de antivirales y del oseltamivir. Si se hubieran descubierto esas cosas en la Edad Media hubiera cascado menos gente.

De aquellos tiempos deriva la piadosa costumbre de decirle ¡Jesús! al que estornuda. Se supone que la invocación ahuyenta a los invisibles enemigos que entraban incluso a través de la celada, que era la pieza más importante de la armadura. Y también la más inútil cuando el miedo hacía perder la cabeza.