Tres tristes cerditos
Actualizado: GuardarImaginen tres cerdos. A cada cual más cochino y guarro y no por ello menos sentenciados a ser degollados, troceados, horneados, asados, secados y destripados. Tal como una rubia oxigenada en manos de un loco con motosierra en noche de viernes. De viernes 13.
El primero de nuestros amigos belloteros, al que llamaremos Parrula (es hembra), siempre fue vegetariano. Hasta podría decirse que la pobre murió creyendo que sólo comía hierba y derivados verde lima o verde limón. Aunque lo que creyera o no tiene poca importancia, porque a la desgraciada se le fue la cabeza, veía vacas volando, niñas en el cielo con diamantes y luces de colores imposibles (ella, que lo veía en blanco y negro todo). Nunca lo supo, pero a su dueño le dio por darle piensos compuestos por carne de sus hermanas. Y así le fue.
Al segundo le pondremos el nombre de Flu. Era chino (hablo en pasado porque su final fue el mismo que Parrula: una muerte dolorosa entre desvaríos), de un color amarillento que no debía por qué ser malo (la salsa agridulce rojiza lo tapa todo) y vivió feliz adocenado entre miles de compañeros dorados con alas inservibles. Nadie se preocupó de su limpieza y sus condiciones, sólo de que engordara a la mayor velocidad posible. Hasta que llegó la fiebre que los mató a todos y a un centenar de sus propietarios.
El tercero es el único que sigue vivo. Esto es una fábula y no el cuento de los tres cerditos, con lo que éste también morirá más temprano que tarde. Le culparán de ser el foco de una nueva pandemia (qué lástima que la palabra no acepte adjetivos de lo rotunda que es) y el lobo será el hombre (ya lo dijo Hobbes) que lo utilizará como excusa para no hablar de economía. Mientras, el viento soplará y soplará y la enfermedad se propagará. ¿O no?