Sarkozy garantiza que España acudirá a todas las reuniones del G-20
El presidente francés rompe el discurso ideológico de Zapatero y niega el combate entre economía de mercado y socialdemocracia
| COLPISA. MADRIDActualizado:Sarkozy movió los hilos para que España entrara en la primera discusión del G-20 sobre la gran recesión y garantiza que de ahí no le moverá nadie. El presidente francés afirmó ayer que «el tema está zanjado» y que José Luis Rodríguez Zapatero tendrá silla en la reunión que las veinte principales economías del mundo celebrarán en septiembre en Nueva York, del mismo modo que estuvo en Washington y Londres. La cuestión no parecía tan obvia este fin de semana, cuando la vicepresidenta económica, Elena Salgado, quedó fuera del encuentro preparatorio que los ministros de finanzas tuvieron en Estados Unidos.
El hecho de que el Gobierno estadounidense no contara con ella para estos trabajos preliminares disparó algunas alarmas; máxime después de que el ministro brasileño de Hacienda, Guido Mantega, dejara caer que la presencia de España en las cumbres del G-20 era irregular y que habría que acabar con estas incorporaciones adicionales. Sarkozy, sin embargo, hizo oídos sordos a este reproche y Zapatero casi también.
«No podemos decirle a España que cumpla con todas sus obligaciones internacionales y después, por razones de costumbre, decir que no dispone del escaño al que tiene derecho -replicó el presidente galo en su discurso ante las Cortes-. Que las cosas queden claras: España tiene que ser un miembro del G-20». El jefe del Ejecutivo fue menos vehemente y al término de la cumbre bilateral que ayer celebraron en Madrid ambos gobiernos, mostró su «confianza» en que España consolide la «lógica» plaza conquistada.
Sarkozy no ha ahorrado elogios hacia sus vecinos del sur en estos dos días que ha durado su primera visita oficial como jefe de Estado. Y resulta sorprendente porque para pasar el trago de sus propias calamidades internas, en no pocas ocasiones ha echado mano en su tierra de los datos de la economía española (los índices de paro no tienen comparación) y a menudo saca pecho de que Francia supo acometer las reformas estructurales de las que ahora se resienten los españoles. Pero no sólo no mencionó las debilidades sino que afirmó que «España se ha convertido en una gran economía en el mundo» que «ha hecho lo necesario para superar la crisis» y que ahora «puede mirar al futuro con confianza».
En este encuentro pesó así más la solidaridad entre dos colegas de profesión que ven cómo su liderazgo se resiente de la crisis que las diferencias políticas. La popularidad de Sarkozy atraviesa en Francia uno de sus momentos más bajos y por primera vez en mucho tiempo Zapatero se enfrenta a unos comicios, los europeos, sin expectativa de victoria. La buena intención no impidió que el francés dinamitara el discurso con el que el secretario general del PSOE aspira a pasar el chaparrón económico: el de que la derecha es la principal responsable de lo ocurrido y la izquierda, la única que puede aportar soluciones.
La idea, eje fundamental de la campaña socialista a las elecciones del 7 de junio, fue puesta en entredicho por Sarkozy cuando en el Congreso enumeró los cambios que, a su juicio, debe acometer el capitalismo, los mismos que Zapatero defiende como propios. «Este combate no es el combate de la economía de mercado contra la socialdemocracia, es el combate del sentido común», dijo el líder de la UMP, partido hermano del PP. «No creo que nadie aquí pueda aceptar que se premie más a los especuladores que a los emprendedores».
El presidente del Gobierno -que no paró de sonreír durante la rueda de prensa, halagado por los cumplidos del «mejor amigo de España»- encajó el golpe con deportividad. Éste y otro anterior. Porque tampoco Sarkozy se mostró dispuesto a ratificar la afirmación de Zapatero de que la presidencia española de la UE ha de ser la de la recuperación económica, aunque remarcó que coincide con él en que a Europa le faltan herramientas de gobierno para estas cuestiones.
Con todo, el jefe del Ejecutivo mantuvo intacto su argumento. Subrayó la contradicción de los liberales, que piden a los gobiernos que salven el sistema financiero y critican el gasto público «salvo cuando les beneficia».