La ventaja de Bruni
La primera dama francesa tenía un pasado no sólo al margen, sino también distante de la carrera del hoy presidente de Francia
MADRIDActualizado:Nicolas Sarkozy y Carla Bruni conforman, más allá de lo obvio, una singular pareja presidencial. Lo son porque iniciaron su noviazgo y se casaron cuando él ya había asumido la máxima responsabilidad al frente de la República francesa, por lo que ambos, a diferencia de lo que ocurre con la gran mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno y las primeras damas, carecían de un pasado compartido, de una vida doméstica previa que apuntalara una ambición de poder. Una ambición que, en ocasiones, era común, pero ante la que hubo que elegir que sólo uno de los dos se dedicara a la política, como les ocurrió a los Blair o, de manera aparentemente menos pacífica, a los Clinton; en otras, el abandono de la presidencia ha permitido asentar o ha hecho aflorar las vocaciones de quienes habían permanecido al lado del líder, pero en la zona de sombra de la política: ahí están los casos de Carmen Romero o de Ana Botella.
La diferencia de Carla Bruni, y quizá su suerte y su ventaja, es que para buena parte de la opinión pública informada ella ya tenía un perfil propio, ya era reconocible, antes de que su proyección mediática se desbocara al contraer matrimonio con Sarkozy. Bruni tenía un pasado no sólo al margen, sino también distante de la carrera del hoy presidente de Francia. De ahí que aunque se le hayan afeado sus supuestas renuncias, como las que le obligan a encorsetarse en las reglas del protocolo, Bruni pueda seguir justificándose por sí misma.
Más cuestionable resulta, no obstante, que haya logrado blindarse ante los tópicos que, lejos de difuminarse, parecen haberse agrandado en torno a las primeras damas conforme los ojos de la atención pública han ido girando hacia ellas. Semejante interés, aún más llamativo ante la indefinición en que continúan desempeñando su labor como consortes de quienes ostentan el poder, ha acabado por subrayar a veces su protagonismo por encima del de aquellas otras mujeres que sí gobiernan en virtud de su cargo. Nadie puede negar que Michelle Obama, de la que apenas se recuerda ya otra virtud que no sea la de una cercanía que la ha entronizado como nueva reina de América, supera en popularidad y dimensión mediática a cualquier presidenta o primera ministra del mundo. Pero cuando menos cabe preguntarse si bajo ese aparente reconocimiento, bajo ese nuevo brillo, no sigue latiendo la punzada del sexismo.