La guerra invisible de los talibanes
Las bombas trampa caseras se han convertido en el mayor y más letal enemigo de la coalición aliada
| ENVIADO ESPECIAL. MEHTARLAM Actualizado: GuardarLa unidad de acción rápida de la base estadounidense de Mehtarlam se prepara para responder a una llamada de la seguridad afgana que avisa de la posible presencia de una bomba en la carretera de Alingar. Una columna formada por tres Humvees y dos camiones antiminas (MRAP) está lista «porque en el 95% de las ocasiones que nos llaman encontramos algo y debemos desactivarlo», señala el responsable del grupo especial de artificieros. No hay tiempo que perder.
Los artefactos explosivos improvisados (IED por sus siglas en inglés) han causado en los primeros dos meses de 2009 el triple de muertes que en el mismo período del pasado año, según los datos publicados por la organización conjunta contra explosivos improvisados, dependiente del Departamento de Defensa de EE UU. Un total de 32 soldados de la coalición han perdido la vida por culpa del que se ha convertido el mayor enemigo en la guerra de Afganistán. Escondidos en coches, animales, árboles o bajo tierra a la espera de ser detonados al paso de un convoy, la insurgencia ha demostrado haber evolucionado en las diferentes maneras de preparar ataques que en 2008 alcanzaron una cifra de récord y que va camino de superarse.
Sin tiempo que perder, el EOD -equivalente al Tédax español- prepara su equipo y salimos rumbo al lugar señalado por los informadores afganos. Cada vez que un soldado extranjero abandona su base se convierte en un objetivo potencial de una insurgencia que en provincias como Laghman parece aletargada, pero que en cualquier momento reaparece debido a la cercanía con los refugios en suelo paquistaní. Una hora después de la partida la columna se detiene antes de cruzar un río. Soldados a pie inspeccionan una zona donde la semana pasada acudieron a desactivar un artefacto que habían colocado en plena calzada. «Marzo fue increíble, tuvimos trabajo prácticamente a diario y ahora parece que con la proximidad del Día de la Revolución vuelve la actividad», destaca el jefe del grupo de desactivación.
Aunque cada vez son más sofisticados, los artefactos son en su mayoría artesanos. La proximidad con Pakistán hace que en muchas ocasiones los explosivos procedan de allí, aunque cada vez más se están descubriendo pequeños 'zulos' también en suelo afgano.
«Todo limpio», se anuncia a través de las radios. Los vehículos muy lentamente hasta llegar a una pequeña localidad en la que los ancianos esperan a los estadounidenses en la entrada para señalar el punto exacto donde sospechan que hay colocada una bomba trampa. Cientos de niños rodean a los soldados que nada más poner pie en tierra tratan de alejarlos del lugar de la posible explosión, una tarea nada sencilla. El equipo de artificieros despliega su equipo y comienza una tarea durante la que se detiene el tiempo en este valle remoto del sudeste afgano. Los blindados bloquean el tráfico y algunos hombres toman posiciones para prevenir un posible ataque durante la desactivación.
Peor el regreso
Esta vez ha habido suerte: falsa alarma. «Pero siempre queda la duda de si ha sido a posta para hacernos venir hasta aquí porque saben que debemos regresar a la base por el mismo camino. Así que la vuelta siempre entraña mayor riesgo y no hay que bajar la guardia», comentan algunos compañeros en un vehículo que circula por un desfiladero que fue una auténtica tumba para los soldados del Ejército soviético en los años ochenta.
«La seguridad siempre es relativa, aquí las cosas cambian muy rápido y hay que intentar formar nexos fuertes con las comunidades para no tener problemas», comenta el teniente Corman, del cuerpo de los Marines, responsable del entrenamiento del Ejército afgano cuando regresamos a la base. Los hombres aplaudan y se escuchan exclamaciones de alegría. Respiran tranquilos entre los muros, sacos terreros y alambradas en los que viven blindados los doce meses que duran los relevos para ellos.
«En esta misión se miden los méritos de cada país por el número de muertos que pone sobre la mesa; el reconocimiento se gana con la sangre», confesaba un mando europeo destinado en Kabul. EE UU ha perdido 671 soldados desde que lanzó la operación 'Libertad Duradera' en 2001.