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Una «anomalía» de lo más corriente
Marsé es catalán, habla a diario en ese idioma y eligió el castellano para escribir, como el resto de autores de su generación
Actualizado: GuardarJuan Marsé se ha entretrenido estos días, y también ayer en el discurso del Cervantes, diciendo por aquí y por allá que él no se consideraba una «anomalía» por ser catalán, hablar este idioma a diario y escribir en español. Al parecer, hay algunos que se lo achacan, que le tildan de anómalo. Y eso sí que es raro, porque si se repasa la obra de los compañeros catalanes de Marsé, ¿cuántos la han escrito en la lengua de Ramón Llull y no en la del Quijote? Prácticamente ninguno.
Ni su gran amigo Jaime Gil de Biedma ni los Goytisolo -nada menos que Juan, José Agustín y Luis-, ni Carlos Barral, su editor y también escritor, ni sus también muy queridos Manuel Vázquez Montalbán y Francisco González Ledesma lo han hecho. La lista continuaría hasta el aburrimiento: Terenci Moix, Eduardo Mendoza...Sólo contando los que empezaron a publicar antes de la muerte de Franco, porque después la historia es muy distinta.
Por supuesto, habría que registartambién a los que han escrito en catalán, sobre todo los poetas, como Salvador Espriu, Carles Riba, Pere Gimferrer, y también la novelista de La plaça del diamant, Mercè Rodoreda. Pero el grueso de los amigos del premio Cervantes siguieron el mismo patrón.
¿Por qué Marsé considera «natural» haber adoptado el español como lengua literaria? Él mismo ha dado algunas pistas. La represión del franquismo contra el catalán tuvo parte de la culpa, pero no toda. La industria editorial barcelonesa, con su abrumador poderío en España hasta hace unas tres décadas, publicaba en español, para no meterse en líos y por ser un negocio que deseaba llegar hasta Latinoamérica.
Algo quedaba también de la consideración del idioma de Cervantes como lengua culta o lengua de escritura entre los burgueses de Barcelona, dueños de la editoriales, y así, de la misma manera que el checo Kafka escribió en alemán, los autores de la época de Marsé optaron en su mayoría por el español, en el que además se habían educado.
Pero lo más definitivo fue el propio ambiente que se respiraba en la capital catalana justo al inicio de la década de los sesenta, cuando Marsé publica Encerrados en un solo juguete. La influencia de Carlos Barral y de su editorial, Seix Barral, resulta determinante, lo mismo que la intención de mirar más hacia fuera, sobre todo a Francia, que hacia el propio ombligo.
De hecho, cuando Barral pone sus esperanzas en Marsé, un joyero con escasa educación formal y poderosa intuición narrativa, le manda unos años a París para pulir su cultura. Entonces, a los escritores barceloneses no se les pasaba por la cabeza hacer patria con las novelas. No estaba en su horizonte, ni entre sus preocupaciones. Barcelona sólo era otra parte del mundo. Y a mucha honra.