ANÁLISIS

'Pijoaparte' en el Congreso

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H ay en el último Premio Cervantes una dignidad que me inquieta y ahoga. Sobre todo ayer, al ver su cara y su frialdad ante el reencuentro con el éxito falso y mentiroso. Lo reconozco como lector paciente y descreído que soy de sus libros, lo reconozco porque sé que esa dignidad falta entre nosotros. Y no hablo sólo de los que se dedican a la política, porque hay entre nuestros dirigentes tanta gente decente que sorprendería a aquellos que resuelven el problema con un: déjalos, son políticos.

Yo era una criatura cuando, entre siesta y siesta en La Mancha toledana, alguien me puso delante 'Últimas tardes con Teresa'. Lo leí, volví a hacerlo y entonces Marsé me abrió un mundo de paisajes y desencuentros que aún dura. O sea, la vida. O sea, la verdad.

Lo que observo en Marsé es un estilo -el estilo nos delata y la falta de él aún más-, que nos debe hacer pensar que hay en España suficientes ejemplos para dignificar nuestra forma de relacionarnos y amparar nuestro desahogos y diferencias en la verdad de una vida. Marsé compró 'El Quijote' a plazos. Era un adolescente, tocado por el dedo de un dios, que le dijo un día en Barcelona: o ahora o nunca. Y Marsé dijo ahora, y entonces la maquinaria se puso en marcha: el trabajo, el rigor, el esfuerzo, la paciencia y, al final, la verdad. Eso han premiado. Dicen que cuenta historias de perdedores. Quizá, pero sólo cuenta verdades que explican la vida, la destrozan o la iluminan. Eso mismo que echamos en falta en gobiernos, parlamentos y asambleas.

Pensar en Marsé y leer el periódico de hoy resulta decepcionante. Lo es porque en el papel cada día hay menos verdades. Una cosa es la verdad y otra la actualidad. Nunca coinciden. La ficción resulta disparatada cuando las cosas nos van bien, y muy certera ahora que podemos encontrarnos a un vecino hurgando en un cubo de basura. Por eso, cuando oigo a Zapatero y a Rajoy contarse historias previsibles y de juguete ante millones de parados, pienso en Marsé.

Marsé o la verdad. O la dignidad. O el compromiso. O la política. O la sensatez. Por Dios, magistrados, diputados, sindicalistas, periodistas, y público en general, léanlo. Ya no compramos 'El Quijote' a plazos, pero hemos de saber que un tipo que lo leyó con 16 años, descastado y guapo, llamado 'Pijoaparte', manda y ordena una república verdadera y libre.