Opinion

Lectores del futuro

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L a celebración del Día del Libro con sus rituales aperturas de ferias, la conmemoración de San Jordi en Cataluña con el tradicional regalo de un ejemplar impreso y una rosa o la lectura pública del Quijote patrocinada por el Instituto Cervantes concentra en una sola jornada buena parte de los esfuerzos públicos más visibles a lo largo de todo el año en la tarea de extender el hábito de la lectura. Resulta incongruente que ese impulso institucional no se mantenga de manera más sostenida, aunque el libro impreso ha demostrado su capacidad de resistencia pese a la indolencia en su promoción y la crisis generalizada en el consumo. Las estadísticas indican que en España se publicaron durante 2008 casi 76.000 títulos, un 20% más que el año anterior. Y aunque las tiradas se han reducido de una media de 4.000 ejemplares a 3.000, el número total de ejemplares vendidos se mantiene en torno a los 225 millones, al tiempo que el índice de lectura se ha incrementado ligeramente.

Pero la profundización de las dificultades económicas pueden terminar afectando a un segmento económico como el editorial que sostiene un tejido empresarial no exento de debilidades y que empieza a enfrentarse, aunque sea de manera todavía incipiente, al empuje de las nuevas tecnologías. La capacidad del libro tradicional para adaptarse a los cambios digitales y beneficiarse de ellos puede determinar el futuro del sector en un tiempo no muy lejano. El peligro es que la indiferencia hacia el fomento de la lectura desde muy temprana edad, el desinterés por abrir nuevas bibliotecas y el estancamiento del gasto en la promoción cultural impidan sumar a los lectores veteranos otros nuevos por la vía impresa o la digital.