la trinchera

La condición humana

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Rodrigo Rato (ex ministro, ex director gerente del FMI y reconocido monologuista de El Club de la Comedia) descubrió hace unos meses que el mercado no se regula sólo. A pesar de su doctorado en Economía por La Complutense, de sus 129 años de experiencia y de sus 7.9874 másteres, el pobre no se había dado cuenta (hasta que la maquinita se les rompió) de que el ser humano tiende a sacarse brillo al ombligo por defecto, que es ambicioso y egoísta, que las corporaciones no son más que el reflejo consentido de todos nuestros defectos, que practican por negocio las mismas mañas que nosotros cultivamos por interés o por vicio.

Insinuó en Cádiz que la responsabilidad no era del sistema, sino de las personas, con esa admirable capacidad de abstracción que cultivan los políticos cuando les interesa. «El Capitalismo funciona, si se hace bien, si se practica desde la responsabilidad», pareció decir, pero no dijo. Claro.

Hace unos años (1990) me topé con esta otra perorata y entonces también la apunté: «El problema no es el modelo, sino las personas que lo ejecutan. Las que no acuden a su horas de labor, las que se escudan en la burocracia, las que se aprovechan del cooperativismo, las que no cumplen con sus obligaciones con la comunidad, las que no invierten en las jornadas de trabajo voluntario, las que comercian con medios materiales que son de todos. Eso es lo que hay que cambiar».

No fue Rato, entonces. Ni Aznar. Fue Castro. Justo un año después de que cayera el muro. Entonces la excusa me sonó torpe, forzada, ridícula. Ahora me parece mentira que dos supuestos animales políticos (cada uno en su esquinita del ring) no tengan en cuenta en sus teorías y aproximaciones lo miserable de la condición humana.