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Pobre zombie histriónico
La última obra de Antonio Álamo con Adolfo Fernández puesta en escena en el Muñoz Seca resucita al fundador de La Legión, Millán Astray
| EL PUERTO Actualizado: GuardarCantando bajo las balas de Antonio Álamo es, -según el lujosísimo cuadernillo que acompaña la representación-, la crónica en clave cómica y musical del primer acto oficial franquista de la historia, (.) narrada por el cadáver invicto del general José Millán Astray, fundador de La Legión. Y casi todo esto es cierto. La obra es eso: una crónica en clave musical pero sin humor.
Ya en otras ocasiones me he referido a los programas de mano en los espectáculos y su inutilidad, pues nos cuentan la mayoría de las veces, aquello que con seguridad no constataremos en escena; sino las divagaciones y disparates de sus creadores y colaboradores. Resulta lamentable muchas veces, -como en este caso-, la cantidad de palabrerías, seudo-estudios de la obra de turno, las justificaciones, las adulaciones y parafernalias que se pueden volcar en estos panfletos para hablarnos de una supuesta intencionalidad del montaje y que al final no tienen nada que ver con la realidad.
Como punto de partida, la idea de resucitar a Millán Astray es sugerente. Pero utilizar la narrativa y no la dramática para un texto teatral, se convierte en un reto difícil de defender. Y no me refiero a que se trate de un monólogo, sino a que a la obra le falta acción en general y en todos sus componentes. Con estas premisas, la obra termina abocada al discurso aburrido y plano pese a las florituras musicales de su protagonista.
Adolfo Fernández en el papel del legionario, no construye un personaje, sino que simplemente hace alarde de sus recursos vocales. Canta y bien, atreviéndose con un tango, un chotis y algún que otro estilo. Su entrenada voz termina convirtiéndose en cansina para un montaje falto de creatividad y que derrocha monotonía en todo momento.
¿Se puede tener a un actor parloteando toda la función en proscenio y bajando de vez en cuando de forma insulsa al patio de butacas durante una hora y media? Pues si, aquí se hace; y ni el texto, ni el gorgoreo del actor, ni la aburridísima concepción espacial de la obra llegan a contarnos nada relevante. Lo más crudo de todo esto es que, como siempre, quien da la cara es el actor, y aquí, autor y director son los responsables de este desaguisado que deja muy mal parado al histriónico zombi. No hay nada más patético para el espectador que entrar al teatro y salir igual que entró. Vacío.