Editorial

Hacia el final definitivo

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La última operación policial contra ETA constituye un éxito indudable no sólo por lo que implica la detención de Jurdan Martitegi, el tercer jefe militar de la banda terrorista en caer en apenas cinco meses, lo que demuestra que la celeridad con que la organización trata de recomponer su estructura se está viendo frustrada por la eficaz diligencia con que las fuerzas de seguridad. Pero si el arresto de Martitegi resulta vital por sí mismo, no lo es menos la desarticulación del comando que se aprestaba a ultimar con él la preparación de nuevos atentados y la redada contra varios sospechosos más que ofrecerían cobertura a los objetivos etarras. La consecuencia inmediata de una operación tan amplia y relevante es la de haber procurado más tranquilidad a todos aquellos que -conviene no olvidarlo- continúan viviendo bajo la amenaza explícita o difusa de los terroristas, además de suponer un motivo de lógica satisfacción para el conjunto de la ciudadanía al constatarse la supremacía del Estado de Derecho sobre ETA y sus cómplices.

Es cierto que pese a su palpable debilidad operativa y al visible desmoronamiento de su entorno social y político, la organización terrorista aún está en condiciones de sumar dolor al inabarcable sufrimiento que ha causado a lo largo de su sangrienta trayectoria. Pero la general convicción sobre que el único futuro ineludible que le espera es su desaparición, y que su derrota puede consumarse por la aplicación estricta de los mecanismos policiales y judiciales disponibles y por el paulatino desarraigo de su base social y electoral hacia las opciones del independentismo no violento, se ha hecho tan notoria que exige la renuncia a cualquier atajo interesado o ingenuo para tratar de alcanzar una paz condicionada. Desde hace tiempo, desde que ETA reventara el último ensayo para una solución dialogada a la violencia, la pacificación de Euskadi empieza a vislumbrarse como una realidad factible que puede consumarse por la superioridad definitiva del Estado de Derecho. Por ello la cuestión, con poder ser significativa, no es ya si la izquierda abertzale más radicalizada, o el mundo de los presos etarras y sus aledaños, se cuartean creando un foco interno de cuestionamiento del terror. El único debate posible a estas alturas en ese mundo es cómo afrontar lo irremediable, el final antes o después de ETA.