Caca en el paraíso
Igual hay que controlar la expansión de los chiringuitos, pero son la menor de las amenazas del único tesoro natural de Cádiz
Actualizado: GuardarSi los chiringuitos desaparecieran, habría que reescribir la Historia de Cádiz. Uno de sus episodios más ilustrativos, eruditos, elevados, brillantes y necesarios (el popurrí de Los Cruzados Mágicos) sería ilegible, imposible sin esa pieza maestra de la hostelería y el hedonismo mundial: la barra en la arena.
Si no hubiera chiringuitos, Don Romualdo nunca habría salido de su casa, jamás habría pensado ir a la playa ni podría continuar la copla que mejor retrata la inocencia de aquella ciudad especializada en disfrutar con lo poco y desconfiar de lo mucho. Habría que borrar con una gigantesca goma Milán varias cuartetas de aquella pieza, digna de los anales en los que aguarda que algún borracho la rescate.
Sería incomprensible buena parte de la letra, que retrataba a la última generación de gaditanos cándidos que se preparaban, sin saberlo, para ejercer de nuevos ricos con un contrato temporal.
Casetas y bandejas
Los chiringuitos forman parte de nuestra memoria. Son los herederos paupérrimos de las casetas, de las olitas en las que nos subíamos y de las bandejas de papas fritas de El Canadá que nos parecían un vicio, antes de hallar los verdaderos. Ahora, parece que esos baretos móviles sobre la arena están bajo las estrellas y bajo sospecha.
La Junta le está dando vueltas a su extensión, a su ubicación y a las condiciones que deben tener. Más allá de consideraciones legales, administrativas o técnicas, parece de sentido común reclamar cierto control, cierta moderación en la instalación de cualquier equipamiento en un lugar público, de uso colectivo, como la playa.
Bien está que estos locales de quita y pon (o las pistas deportivas, o los juegos infantiles) no sean demasiados, ni resulten invasores. La playa, por su naturaleza, cuanto más despejada, mejor. Que cuando llegue el fin del mundo la dejemos lo más parecida a cómo nos la encontramos (vaya quimera). Pero tampoco caigamos en el extremo opuesto.
Los servicios, en la medida justa, con las exigencias necesarias, nos agradan a todos y sirven para redondear una oferta que agradecen todos los usuarios. Además, resultan imprescindibles para mantener una oferta turística decente si queremos vivir de los visitantes (que pocos patrocinadores más tenemos por aquí).
Lista de agresiones
Si alguien se pone a recoger firmas -algo muy en boga últimamente- para mantener tal cual el número de chiringuitos, pedirles todos los papeles en regla, exigir que jamás estropeen un paisaje, controlar su horario sin aburrimiento crónico y garantizar los mayores niveles de limpieza, higiene y atención... que cuente con mi rúbrica.
Si se trata de eliminarlos todos, radicalmente, sin matices, por un arrebato de ecologismo en vena, no la tendrá. Seguro que hay un hueco, un espacio, entre los que abogan por la salvaje ocupación de las playas y los que pretenden coserles el hímen para rehacerlas vírgenes a golpe de leyes y decretos.
Sencillamente, se trata de creer que los chiringuitos no son ni la mayor ni la única amenaza de las orillas, mucho menos en La Caleta, Santa María del Mar, la Victoria y Cortadura.
Sin que eso signifique barra libre para las mesas y los mostradores, conviene repasar la lista de agresiones que recibe la playa, nuestro único tesoro natural, antes de ponerlas en orden. No vaya a ser que persigamos una amenaza nimia y dejemos crecer a las peores. Nada hizo más daño a las playas de Cádiz que las construcciones salvajes de los años 60 y 70. Si ya no tienen remedio, velemos al menos para que no se les añada ni un asqueroso ladrillo más a esa muralla que mata vientos y destroza mareas. Tampoco hay que obviar que cientos de barcos llenos de veneno pasan a pocos kilómetros de ese edén nuestro a diario.
El Ayuntamiento, que tanto y tan bueno ha hecho por la recuperación, conservación y disfrute del Paseo Marítimo y la playa (con Carlos Díaz y con Teófila Martínez) también tendría que dejar de abusar de las orillas como escenario, punto de reunión e improvisado estadio deportivo.
Ese exceso sólo sirve para ocultar que la ciudad carece de un gran auditorio en todo Extramuros y de instalaciones deportivas decentes. Dejemos de hacer virtud de la necesidad. Las más de las veces, esta ciudad machaca su playa no por preferencia de la gente y sí por falta de alternativas.
Los que pasamos la adolescencia jugando al fútbol en la playa mientras anochecía junio sabemos que ese es el paraíso al que desearíamos ir si hay Dios, más allá y Cielo, pero preferimos disfrutar de la playa por voluntad propia, no como borregos que no tienen otro sitio en el que pastar.
Las administraciones públicas con responsabilidades en Cádiz han tenido tiempo y suelos (por pocos que haya) para ofrecer alguna alternativa, pero seguimos ensuciando las arenas por manadas, día y noche, porque las grandes concentraciones públicas no tienen recinto que ocupar.
La mierda del perrito
Tampoco se trata de culpar sólo a los especuladores y a los políticos. Entre nosotros habita mucho guarro que cree que la marea se lo lleva todo (también devuelve mucho). Las barbacoas (o su exceso, o el comportamiento higiénico de algunos de los que las practican) son un ejemplo tan claro como manido. Hay otro.
Los dueños de perros en Extramuros perpetran durante muchos días del año una guarrada pequeña, pero constante y multiplicada por cientos que merecería que los dueños de canes en esta ciudad pagaran un impuesto especial para compensar la limpieza que provocan y el asco que nos dan a los que pensamos que los animales están mejor en el campo. Que no me vengan con que son unos pocos, con que recogen lo que dejan. Es imposible, y casi, tan repugnante.
A lo mejor, cuando nos replanteemos todas estas agresiones a la playa, podremos ponerlas en orden. Mientras, dejemos unos pocos chiringuitos, bien controlados, vigilados y limpitos.
Este año, con tantos parados, puede ser que tengan más usuarios que nunca y tampoco es cuestión de dejar al ocioso personal en la playa sin nada que echarse al gaznate mientras nos dura la prestación por desempleo.