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No voten al que mejor baile
Suráfrica acude el miércoles a las urnas sacudida por la crisis económica y la corrupción política
Actualizado: GuardarEl consejo de Thabo Mbeki cayó en saco roto. Durante su intervención en el congreso del CNA, el partido gubernamental sudafricano, el presidente recomendó a sus compañeros que sopesasen las diferentes cualidades de los candidatos antes de elegir al próximo líder. Entre las facultades que el destituido dirigente no consideraba primordiales se encontraba la aptitud para la danza tribal, una de las grandes bazas de Jacob Zuma, su oponente y, a la postre, vencedor del escrutinio. El mandatario derrotado hubo de dimitir, acusado de conspirar contra su rival.
Evidentemente, a la capacidad del candidato para bailar folklore xhona, se unen otros valores más consistentes. Zuma cuenta con fuertes aliados, fundamentalmente en los sindicatos y las organizaciones juveniles.
El próximo miércoles, Suráfrica se enfrenta a sus cuartas elecciones legislativas desde que en 1994 cayera el régimen de segregación racial. Aunque las encuestas no prevén significativos cambios en el mapa político, sobre los comicios sobrevuela la crisis política y económica, tanto producto de problemas propios como efecto de la depresión global.
En el capítulo de las sombras cabe señalar la cuestionada personalidad del representante de la formación que ha conducido el país durante estos años. Frente a la talla moral de Mandela o la reputación como estadista de Mbeki surge la cuestionada personalidad de Zuma, que tan sólo se ha librado de un procesamiento por prevaricación gracias a cierto formalismo procedimental de última hora. Sus carencias académicas o el hecho de haber sido imputado en diversos casos de corrupción administrativa no parecen causas dignas de empañar el previsible éxito.
«La pobreza masiva y la obscena desigualdad son los flagelos de nuestro mundo, y constituyen diablos sociales de la misma categoría que la esclavitud o el apartheid». Posiblemente, cuando Nelson Mandela se refería a estas lacras, en una conferencia hace cuatro años, tenía en mente el ejemplo de su país, un territorio a medio camino entre el cielo del desarrollo y algunos de los infiernos comunes al continente negro.
Ahora bien, ya nadie duda de que los agoreros erraron. La asunción del poder por la mayoría negra hace catorce años no ha supuesto el fin de la bonanza. La república austral ha mantenido su posición de privilegio y sumado el ascendiente ético, derivado de una positiva transición política, que la ha convertido en frecuente árbitro de las disputas internas de otros Estados africanos.
Sin embargo, a las dificultades de una economía que aún no ha culminado el paso entre la autarquía y la globalización en el nuevo escenario internacional de recesión, se suma la permanencia de veintidós millones de habitantes bajo el umbral de la pobreza.
Al descontento de numerosos electores que consideran incumplidas las expectativas derivadas del cambio, se suma la frustración por la creciente diferencia de ingresos, que ya no depende del color de la piel, o la atmósfera de inseguridad ciudadana, con uno de los índices de delincuencia más elevados del mundo.