Matrimonio a la mauritana
Actualizado: GuardarHace pocos años conocí a Aichetu, una niña mauritana que estaba en la clase de mi hija y que vivía en Cádiz acogida por una familia. Al acercarse la pubertad el padre biológico se la llevó a Mauritania y nunca supimos más de ella. Pienso en ella ahora con tristeza mientras asistimos al juicio a los padres de la adolescente de 14 años obligada a casarse con un hombre de 40 según una tradición que aún pervive, aunque desde 2001 no sea legal. El juzgado ha recibido una denuncia y ha actuado de acuerdo con la ley, resultando una condena de 27 años para la madre y uno y medio para el padre, ya que consintieron y forzaron la unión. Obligar a una menor a tener relaciones sexuales con un adulto es un delito en nuestro ordenamiento jurídico, por ello, se puede opinar sobre la dureza o la desproporcionalidad de la condena en relación a asesinos, terroristas, pedófilos o prevaricadores, pero no negar la mayor: la ley no exime por ignorancia, ni tiene, o debiera tener, excepciones.
Los implicados, apoyados por cadenas como Al Yazeera, piden «respeto» para sus tradiciones y costumbres, planteando un dilema acerca del multiculturalismo y los límites de la libertad en relación a las costumbres, tradición, religión o cultura de los pueblos mezclados por las migraciones humanas. «Respetamos su cultura, pero no necesariamente sus costumbres» exclaman aquí bienintencionadamente los defensores de la Interculturalidad. Pero desde la Antropología o la Sociología es difícil separar costumbres y tradiciones de cultura. Desde Linton a Malinoswski éstas son entendidas y aceptadas como componentes sustantivos de la cultura. El problema pues es de cultura y nos plantea un dilema: ¿respetar su cultura implica admitir instituciones, leyes o tradiciones que son delito en nuestro ordenamiento? ¿Cuáles son los límites de lo que se puede respetar de otra cultura para poder convivir en la propia?
No descubro nada recordando que reyes y poetas adultos se casaban aquí, con niñas de esas edades y los matrimonios concertados primaban hace dos generaciones en la España rural. No se trata de la superioridad de una cultura sobre otra, porque habría que preguntarse si la nuestra nos hace más felices, solidarios o sabios. La diferencia estriba en el grado de desarrollo y garantía de unos pocos valores que consideramos universales. Los más irrenunciables son la libertad y la igualdad. Una vez reconocidos jurídicamente, la sociedad no está dispuesta a renunciar a ellos y aborrece de las culturas que los profanan. Los límites de la libertad de una cultura en otra y de la multiculturalidad son los del ordenamiento jurídico y el Estado de Derecho de la sociedad receptora. En el terreno de la Alianza de Civilizaciones las normas de juego son los derechos humanos básicos y la Declaración de los Derechos del Niño, ratificada por Mauritania. Sin embargo, resulta paradójico que una institución aborrecible como los matrimonios concertados con menores la acaben pagando tan duramente madre e hija. Y es que la lucha por la igualdad no ha hecho más que empezar.