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ANÁLISIS

Esperando a Lula

ENRIQUE VÁZQUEZ
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D e creer algunos informes de prensa tal vez filtrados deliberadamente, en el borrador de la declaración final de la Cumbre de las Américas no hay ninguna mención a Cuba, ausente (única ausente) de una conferencia percibida como una especie de normalización entre América Latina y Estados Unidos tras el mandato de George W. Bush. Esto indicaría una juiciosa aproximación de los reunidos a la necesidad de evitar que el 'caso cubano' siga siendo la manzana de la discordia regional.

Barack Obama, con un calendario cuidadoso, ha cumplido el esperado gesto de aliviar a fondo, hasta dejarlo sin contenido en el terreno que afecta a los ciudadanos particulares, el embargo comercial establecido hace casi medio siglo sobre Cuba. La respuesta de Raúl Castro ha sido estimulante. En la reunión de la ALBA (la Alternativa Bolivariana para las Américas, de inspiración chavista) celebrada el jueves en Venezuela, el presidente cubano dijo estar dispuesto a «discutir de todo con Estados Unidos, de presos políticos, de libertad de prensa, de lo que quiera (...)».

Que la afirmación se matice con el consabido «dentro del respeto a la soberanía cubana» no quita valor a lo dicho. Pero esta disposición cobra aún más importancia cuando se sabe que en La Habana están preocupados, en realidad, por la posibilidad de que la oportunidad Obama sea puesta en peligro por el activismo más belicoso y rompedor de Chávez, para lo que han pedido al Brasil de Lula que actúe en la cumbre como portavoz y coordinador de los criterios de los procubanos de la ALBA (Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Honduras, Paraguay, Ecuador y dos pequeños estados caribeños anglófonos). A tal efecto, el canciller cubano, Bruno Rodríguez, visitó Brasilia hace unos días.

El nuevo escenario, visto al revés -es decir, mirando desde el sur latino a Washington-, podría tener una continuidad el 2 de junio, en el próximo pleno de la Organización de Estados Americanos. En la OEA, tan detestada por Cuba que Fidel Castro la describió en su día como un ministerio de colonias de Estados Unidos, estuvo el principio del conflicto y debería estar la solución. A poco que La Habana coopere, puede llegar la normalización con el Gobierno estadounidense y el estímulo para la democratización paulatina del régimen cubano a partir de la receta obamista de 'aflojar el puño'.