Ramón Jáuregui
Actualizado: GuardarL os efectos de un brusco movimiento en un partido, pongamos el PSOE, sugieren los propios de un seísmo: la onda expansiva no discrimina. Que la Naturaleza, no siempre sabia, nos agobie de vez en cuando es algo que asumimos con resignación. Pero la resignación no debería acompañarnos cuando son los hombres los dueños del destino. Y eso pasa en los partidos. O, mejor dicho, eso ocurre con quienes mandan en los partidos.
Asumir como natural la jubilación de Ramón Jáuregui es dar por bueno que cuando alguien se dispara a su propio pie siente placer. Quizá sea eso. Quizá para entender lo que pasa dentro de los partidos haya que estar dentro de ellos y resulta que somos unos mentecatos aquellos que hablamos de lo que sólo intuimos.
Pregunto por las razones que llevan a Ramón Jáuregui a ese invento inane llamado Parlamento Europeo y sólo recibo explicaciones absurdas. Poco importa si Zapatero le estaba esperando para cobrar una factura que tenía fecha del desgraciado proceso de paz; importa menos aún si el portavoz socialista y jefe hasta ayer de Jáuregui veía en él a un competidor molesto que, sin pretenderlo, gobernaba y entendía el Grupo Socialista mejor que el propio portavoz. Importa que a uno de los mejores diputados de la historia del PSOE le han dado billete a ese sitio desvaído y triste que llamamos Europa.
Entender las razones por las que quitan a Jáuregui del medio es lo mismo que intentar comprender a Zapatero tras el parto del último Gobierno. Es imposible comprar la mercancía de compañeros maledicentes que sugieren que nuestro hombre está frustrado por no ser ministro o lehendakari. Sandeces.
Algo pasa en el PSOE cuando un diputado capaz de entenderse en este momento complicadísimo con la oposición es despreciado de manera innecesaria y sañuda. La brillantez y la honradez política se pagan con unas vacaciones al limbo político europeo. Si no ha sido ignorancia, ha sido mala fe. Si no ha sido mala fe, ha sido miedo. Un miedo que, cuando se digiere, aparece siempre en forma de vergüenza. El que desde la retaguardia ha urdido la operación lo probará. Sabe a vinagre y sal. Hasta que llegue ese momento, Ramón Jáuregui podrá encontrar tiempo para leer y releer. Por ejemplo La Ilíada a la sombra de un manzano en Estrasburgo: «Canta, diosa, la cólera de Aquiles». Cuéntame musa las aventuras de aquel varón de tan variado ingenio. Imposible aguantar tanta modernidad.