PAN Y CIRCO

Un campeón rico en un país pobre

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Es de los pocos deportes donde la forma física importa bien poco. Al contrario de lo que pueda suceder con Raúl, Garbajosa o Mateo Garralda, aquí nadie podrá decir aquello de que está acabado, entre otras cosas, porque se puede seguir jugando con sesenta años a un nivel excepcional y encima, si suena la flauta, hacerse con la victoria en un torneo de campanillas. Es más es una de las pocas modalidades deportivas donde sucede eso. Tampoco con mucha frecuencia pero de vez en cuando puede darse el caso.

Es lo que ha ocurrido, sin ir más lejos, hace pocas fechas en el Masters de Augusta, uno de los torneos de golf más prestigiosos de cuantos se celebran en el universo de este deporte defenestrado por algunos y considerado de artistas por otros. Normalmente los americanos son los que suelen copar las previas a efectos de favoritismo y, posteriormente, ocupar los lugares de privilegio en la clasificación final. A los que solemos fijarnos en ese ranking siempre nos llama la atención la presencia de determinados golfistas mediocres que, en muy pocas ocasiones, saborean las mieles de la gloria. Cuando me enteré que un argentino había ganado este año en Estados Unidos rápidamente pensé que sólo podía ser o Eduardo Romero o Ángel Cabrera, más que nada porque estaba harto de verlos pupular por los tees de salida, los verdes greenes y por los arenosos bankers, pasando el corte de vez en cuando y quedándose fuera de las dos últimas jornadas otras tantas veces.

Y era Ángel Cabrera, hasta entonces un desconocido para muchos, el que pasaba a engrosar la lista de poseedores de la chaqueta verde. Dos días después llegaba agasajado con su nueva prenda a su país de origen, una nación pobre pero feliz por contar con un campeón rico.