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Adrià juega con los colores, los sabores y las texturas: también convierte sus platos en trampantojos. / AFP
LA OBRA

Adrià expone sus bodegones

Un libro recoge la aportación del laureado cocinero de 'elBulli' al mundo del arte

JULIÁN MÉNDEZ
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En el momento mismo en que Ferran Adrià recibió la invitación para participar en la duodécima edición de la Documenta de Kassel, en 2007, el mundo de los fogones empezó a preguntarse qué iba a ser del primer cocinero que salía de las cocinas y se introducía en los museos, en las galerías de arte. ¿Ferran, el hombre que convierte cada plato en un cuadro multicolor, arroja la chaquetilla y el mandil y se convierte en otra cosa? ¿Un artista? ¿Un soñador? ¿Un visionario? «Noooo. -corrigió ayer Adrià a los agoreros- Los gastrónomos de vanguardia somos cocineros y queremos seguir siendo cocineros, no tenemos interés en ser artistas, pero sí en dialogar con el arte».

Ayer, Adrià dió un paso más en ese diálogo con la presentación de un libro, 'Comida para pensar, pensar sobre el comer' (Editorial Actar. 36 euros), que además de relatar su experiencia en Documenta (el cocinero decidió participar cediendo una de sus mesas en 'elBulli'), «trata de descifrar los procesos creativos de este proyecto gastronómico-artístico además de cuestionar los límites de la creatividad, el lenguaje, el arte y sus diferentes medios de expresión».

En la cubierta del libro aparece la figura de Adrià dibujada por Matt Groening, el padre de Los Simpsons, que convierte así al catalán en un personaje más de la serie, con su chaqueta blanca y su carita amarilla de amplias entradas. La popularidad se mide por cosas así. Y, aunque muy pocos son los llamados a ocupar una de sus mesas (las reservas para 2009 están completas hace meses) y pagar cerca de 200 euros por cubierto, Adrià es ya muñeco de cómic tras haber engrosado las filas de 'celebrities' de los chicos de 'Muchachada Nui'... ¿Acaso no es eso el 'top' de la fama?

La edición del libro presentado ayer en Barcelona es obra de dos de sus amigos, el artista plástico Richard Hamilton y Vicente Todolí, director de la Tate Modern de Londres. «Hamilton, el único cliente que ha estado en mi casa al menos una vez al año desde 1963, antes de que yo llegara allí, es la única persona del mundo que conozco que hace lo que quiere, que lleva más de 20 años sin vender un cuadro», indicó el cocinero en una reciente entrevista con EL CORREO sobre su admirado cliente.

En las páginas de Comida para pensar, pensar sobre el comer se reproducen los testimonios de los invitados que, noche tras noche, se sentaron en la mesa que elBulli puso a disposición de la Documenta y que, a falta de una escultura o una instalación, fue la patente aportación de Adrià al evento.

«No nos dieron ningún tipo de cubierto hasta la mitad de la comida, por lo que imperó una maravillosa sensación de tactilidad que, en realidad, hizo surgir al niño que llevamos dentro. Nos animaron a jugar con la comida», apunta Adrian Searle, crítico de arte en The Guardian. «Yo diría que la capacidad que tienen los alimentos de generar una respuesta emotiva -señaló en una de las mesas redondas celebradas en el restaurante gerundés Heston Blumenthal, chef del restaurante inglés y tres estrellas Michelin The Fat Duck-, podría calificarse como una expresión artística».

«Recuerdo la leche eléctrica, que me anestesió y me convirtió en un insecto», indicó sobre su experiencia en elBulli, más cercana a la Metamorfosis de Kafka que a una experiencia mística, Jerry Saltz, crítico de arte para The New York Magazine. «Esas preparaciones de remolacha con forma de caramelo están en la línea de la tradición futurista y tienen el mismo aspecto que la comida de un astronauta». La frase corresponde al comisario y crítico de arte italiano Massimiliano Gioni, abrumado, por lo que se ve, por la apariencia capsular y chispeante de las creaciones del equipo de Ferran Adrià.

La publicación, que cuenta con el patrocinio de la Obra Social de Caixa Catalunya y la Innovación, se divide en cuatro grandes áreas. Todos los platos de 'elBulli' entre 1987 y 2007, una introducción de Hamilton, con su experiencia gastronómica hecha verdadera «memoria viva» del lugar, textos de Roger M. Buergel y de Ruth Noack, director y comisaria de la Documenta 12, así como colaboraciones de Marta Arzak, del museo Guggenheim, y de Josep Maria Pinto, colaborador de Adrià en la edición de todos sus libros.

La madalena de flores

La segunda parte consiste en los comentarios, dibujos, emails, cartas y fotos realizadas por los invitados a cenar en 'elBulli' durante los cien días que duró la muestra. «La experiencia fue curiosamente desorientadora y estimulante... De ahí la sorpresa, el placer, el deleite sensual, la repulsión, la irritación, la incomodidad, el cansancio, el asombro, el estupor...», relata una de las comensales, identificada como S. G. Esta invitada relata «un momento proustiano deliciosamente inesperado cuando probé las caléndulas sobre lenguas de mango y me sentí transportada a un paisaje de mi infancia: el recuerdo de estar tumbada en el suelo de una iglesia, después de una boda, comiendo, por puro aburrimiento, los pétalos dispersos de las flores».

En el tercero de los capítulos se recogen las reflexiones de los participantes en dos mesas redondas sobre el trabajo del restaurante de Adrià. En una intervinieron creadores; en la otra, intelectuales.

Historia del restaurante

La obra se cierra con una cronología del restaurante, con las pautas que marcan la filosofía de elBulli, las consideradas doce creciones clave en la historia del restaurante de Cala Montjoi y un índice con todos los platos, aperitivos, snacks y postres de los últimos 20 años (y fotografiados en el inicio).

«El trabajo de Adrià es un evento. Cambia todos los parámetros, incluidos los del mundo del arte». Son palabras pronunciadas por Chris Frink, director del Centro de Pensamiento Moderno de la Universidad de Aberdeen, en Escocia, durante el acto de nombramiento del cocinero como doctor honoris causa por aquella universidad (también lo es por la de Barcelona). «La cocina de Ferrán Adrià genera emociones, los que disfrutan de su arte viven una experiencia provocadora, cerebral y emocional, y eso puede ser considerado arte», define el joven chef norteamericano Grant Achatz el trabajo de su colega español.

Ejemplo a seguir

«Mi vida es un regalo. A Documenta se me invitó como a un creativo más. ¿No le parece maravilloso? Como sabrá, yo empecé en este mundo por pura casualidad. Creo que debo dar ejemplo, que los jóvenes vean que se puede conseguir una portada del Times o ir a la Documenta. Es dificilísimo, muy duro, pero se puede. Yo disfruto y procuro ser generoso con todos», afirmó Adrià hace unos meses a este periódico. «No me puedo engañar. Siempre me miro al espejo de la verdad. El día que la creatividad se acaba tú eres el primero en darte cuenta. Crear es no copiar. Es la honestidad y en este mundo de la gastronomía hay mucho engaño. Yo aún me esfuerzo por ser honesto. La creatividad se puede medir. Llevo 27 años trabajando 12 horas diarias, como un currela cualquiera. No va a ser ahora cuando deje de tener los pies en el suelo».