En poco más de medio siglo, España ha perdido más de un millón de pollinos. / LA VOZ
Sociedad

Malos tiempos para el burro

Varias asociaciones trabajan para evitar la extinción de los escasos 50.000 ejemplares de asnos que quedan en España

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Apenas quedan burros de cuatro patas. La modernización de los medios de transporte y la mecanización del campo los mandó al paro. Han aguantado palos e insultos, y soportado la humillación de ser sinónimo de ignorancia y terquedad. Pocos recuerdan que durante siglos sirvieron como animal de carga y tracción. De 1.200.000 ejemplares que había en España al finalizar la Guerra Civil, hoy los expertos estiman que sólo subsisten alrededor de 50.0000.

Los especialistas alertan de que este animal doméstico, protagonista de numerosos refranes y canciones, tiene los días contados. El mejor amigo del campesino está en peligro de extinción. Las seis razas puras de burros españoles se encuentran amenazadas. Asnos catalanes, mallorquines, zamorano-leoneses, andaluces, majoreros (Fuerteventura) y de Las Encartaciones, en Vizcaya, apuran sus últimas oportunidades de supervivencia.

Menos mal que a este animal aún le quedan amigos. Varias asociaciones luchan por preservar la vida de este pequeño equino de grandes orejas. Con pocos medios a su alcance, tratan de ampararlos y les buscan su hueco en la sociedad moderna.

Madrid, donde hay censados alrededor de 220 ejemplares, fue la primera comunidad en implantar microchips para idenficar y registrar a los asnos. Una treintena de ellos residen en el refugio que mantiene en Tres Cantos la asociación Amigos del Burro, creada hace diez años por Dilfenio Romero y Juan Aparicio. En todo este tiempo, han acogido a casi dos centenares de estos cuadrúpedos. «Cuando empezamos en 1995, hubo un boom de pollinos abandonados. Ahora la gente se empieza a concienciar, pese a que el número sigue descendiendo. Se está perdiendo la raza autóctona porque hay muchos cruces y es triste que se deje desaparecer», lamenta Aparicio.

En sus instalaciones, que construyeron con sus propias manos, protegen a los burros hasta el final de sus días. «Hace poco rescatamos a un asno famélico, con pulgas y parásitos. En otras ocasiones los recibimos de dueños que no los quieren. Y aquí los cuidamos, los cedemos a granjas-escuelas o se los damos en adopción a un particular que cumpla los requisitos», relata Aparicio. El objetivo es enaltecer la imagen de este equino y, para ello, en esta asociación le han buscado una noble función.

Amigo de los niños

Cada domingo, centenares de familias acuden a Burrolandia, donde se hacen «demostraciones de esquilado, excursiones en ruta de agua, los chavales montan en pollinos y preparan la comida semanal del animal», describe Aparicio. Los visitantes dejan donativos y compran camisetas, pins, postales y jabón de leche de burra.

En la granja catalana de Fuives d'Olvan también agudizan el ingenio para conseguir fondos con los que salvar al ruc català. La familia Gassó protege esta raza autóctona desde hace 45 años y da cobijo en su finca a 150 de los últimos 220 ejemplares de burro catalán. «El dinero que ganábamos con las terneras lo empleábamos en los burros; pero ahora pagan poco por la carne y necesitamos un dinero extra», reconoce Joan Gassó, promotor de esta iniciativa.

Así que se estrujaron los sesos. Y surgió una idea: que particulares o familias adopten un animal, paseen con él y lo visiten cuando quieran, por cien euros anuales. Incluso pueden bautizar al pollino, lo que cuesta 500 euros. A cambio, «la granja ofrece el carné de padrino, con todos los datos genealógicos». Desde su puesta en marcha en enero, no han parado de recibir llamadas y ya tienen 40 donantes.

«En Sudáfrica trabajan en campos de café. En Francia los emplean para ir de excursiones. También sirven para limpiar bosques y como animal de compañía, porque son muy mansos», da pistas Gassó. Ellos han sabido sacar provecho a este animal desde todos los ángulos: venden su semen a granjas de reproducción, usan derivados de la leche de burra para productos de belleza que dejan la piel «fina y excelente»...

Y es que este purasangre de segunda división sirve para más que ser empleado en las tareas más duras del campo y el transporte de mercancías por caminos angostos. Los que entienden de este animal aseguran que no tiene un pelo de tonto. De ahí que incluso haya quien ha solicitado a la Real Academia Española que cambie la definición que aparece en el diccionario. En lugar de «rudo o de poco entendimiento», la Asociación para la Defensa del Borrico (Adebo), que tiene su sede en Rute (Córdoba), exigió que apareciera como «animal noble y milenario, amigo de la Humanidad». Los académicos no les hicieron caso.

Veinte tonos de rebuznos

El precursor de esta singular petición fue Pascual Rovira, presidente de Adebo y el hombre que más sabe de asnos en España. «Creé la primera asociación a nivel nacional para dar la voz de alarma sobre su situación», dice. «Y me considero asnólogo, ya que intento descifrar el complicado lenguaje de los burros». Para ello, les habla con soltura en su idioma y afirma que «rebuznan en 20 tonalidades diferentes».

Este erudito asegura que «son más inteligentes que los caballos. Y les encanta la música clásica». Con estos argumentos ha contagiado su pasión a personalidades de todo el mundo, que han bautizado y apadrinado a sus burros.

El primero fue Rafael Alberti; le siguió Camilo José Cela, quien inició una amistad con Rovira y le dio a conocer en la Casa Real. «La reina Sofía siempre ha manifestado una gran predilección por los burritos, ya que en su niñez tuvo algunos en Grecia». Lo demostró al visitar la Fundación La Casa del Burro, creada por Rovira en Rute, y bautizar con anís a Lluvia. La vinculación de los burros con la Casa Real tampoco es novedad. En la reserva cordobesa de la asociación se cuidan varios pollinos que se regalaron a las infantas y al Príncipe en sus respectivas bodas.

En su papel de dignificar la imagen de este animal, Rovira ha conseguido que José Saramago, el grupo Medina Azahara, Jesús Quintero, Carlos Herrera, Antonio Gala y hasta Fidel Castro tengan apadrinado a su propio pollino. «Ahora me gustaría regalar una burra a Obama, porque este animal es el emblema de los demócratas», adelanta el presidente de Adebo.

Todas las medidas son adecuadas para impedir que este histórico animal desaparezca. El burro de Las Encartaciones es la raza autóctona que más peligro padece. Los más amenazados. Sólo quedan unos cien ejemplares censados. Para su conservación, existe un proyecto de creación de una reserva de esta especie en el municipio vizcaíno de Gordexola. Y desde hace trece años la Asociación Adebuen lucha por salvar a un animal que no hace mucho era un habitante más en los caseríos vascos.

Más difícil es el combate que mantienen en Galicia por que se reconozca el burro fariñeiro. Y es que sólo se financian las razas aceptadas y en peligro de extinción por la Unión Europea. Pero los asnos de esta comunidad no llegan a ese nivel. Son cruces. «Hay unas 3.000 cabezas de esta raza fariñeira y nosotros nos ocupamos de una veintena, que colocamos en fincas concertadas. Todo sin ninguna ayuda económica», puntualiza Jacobo Pérez, fundador de la asociación Abufa.

Quedan pocos de ésta y otras especies de asnos en España. Corren tiempos difíciles para el Platero de Juan Ramón Jiménez, el Rucio de Sancho Panza y el borriquito de Peret.