RECTOR. José Manuel Daza dirige la formación espiritual e intelectual de los alumnos del seminario de Cádiz. / ANTONIO VÁZQUEZ
CÁDIZ

Vivir a contracorriente

El seminario de Cádiz revive cada año el «milagro» de la fe con escasas pero «firmes» vocaciones sacerdotales

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El sacrificio, la solidaridad, la austeridad y el compromiso con Dios resultan valores extraños en una sociedad que se aferra con fuerza al consumismo y a la búsqueda del placer inmediato. Sin embargo, el «milagro» de la vocación religiosa sigue produciéndose y cada año jóvenes de la provincia ingresan en el seminario de Cádiz para responder a la llamada de la fe. El grupo de los elegidos es reducido, pero su número se mantiene estable a lo largo de los últimos años. En estos momentos estudian en el seminario de la capital 21 jóvenes. Cuatro de ellos ingresaron en el curso introductorio (el primero de los siete que completan la formación del seminarista) el pasado septiembre.

Según explica el rector de la institución, José Manuel Daza, son en su mayoría chicos de entre 18 y 20 años, que acaban de terminar el Bachillerato o se encuentran en los primeros años de la carrera universitaria. Y proceden de los municipios de la Diócesis de Cádiz y Ceuta (la Bahía, excepto El Puerto, la Janda, Ceuta y el Campo de Gibraltar). Los de la capital forman el grupo más numeroso dentro del seminario (cinco). Muchos de ellos han pertenecido a hermandades religiosas, parroquias o comunidades, que les han ayudado a descubrir su vocación.

Pero sólo entre el 65% y el 70% de los que ingresan llegarán a ordenarse como sacerdotes. «El primer curso sirve como una especie de criba, porque a veces llega gente muy desorientada», explica Daza, para quien el porcentaje de éxito es muy bueno, «si se tiene en cuenta el sacrificio que supone y que hoy la realidad del mundo es muy distinta». «El nuestro es un planteamiento de vida a contracorriente, hoy en día incluso para ser creyente un joven necesita ser valiente, porque hay mucha intolerancia con los jóvenes que son católicos, muchos incluso reciben insultos de sus compañeros en el instituto y por eso algunos prefieren llevarlo en silencio».

La incomprensión por parte de la familia es otro de los obstáculos que enfrentan en ocasiones quienes deciden entrar en el seminario. Algunos padres no ven con buenos ojos el hecho de que sus hijos quieran entregar su vida a la fe. Pero, según su responsable, si bien algunos se dejan vencer por estas circunstancias, en la mayoría de los casos, tanta resistencia externa actúa como acicate en los chavales, reforzando su vocación y su deseo de servir a la Iglesia. «El joven que hoy en día se plantea ser sacerdote lo hace con una convicción mucho más firme». Lo contrario de lo que sucedía hace cuatro o cinco décadas, cuando muchos chicos de poblaciones rurales veían en el seminario una forma de recibir estudios universitarios a los que no hubiesen tenido acceso de otra manera, y abandonaban una vez que obtenían el título superior.

Daza defiende que la de seminarista es una carrera integral, donde además de la licenciatura en Teología, el estudiante adquiere una formación espiritual y humana que le servirá como cimiento de su vida religiosa. Durante ese tiempo, los alumnos viven en el seminario y acuden a sus casas sólo en vacaciones y ocasiones especiales. En los meses de verano, y para que la ruptura con el seminario no sea total, la mayoría de los estudiantes se matriculan en cursos o actividades que los mantienen en contacto con la experiencia religiosa. Ya en los cursos más avanzados del seminario, los jóvenes se inician en el trabajo pastoral mediante la participación en grupos de parroquias. Y durante el último año, el más «decisivo», realizan la tesis de licencia.

Conexión con los fieles

En Cádiz, el hecho de que la iglesia de Santiago sirva como templo a los alumnos del seminario hace que exista una mayor apertura hacia el exterior y eso les permite conocer de primera mano el funcionamiento de una parroquia. Algunas actividades, como la oración cada quince días o la misa de ocho de los jueves, están pensadas para fomentar ese encuentro con los fieles de la zona.

Daza está convencido de que esta y otras acciones (como las presentaciones en colegios e institutos de la ciudad) son necesarias para promover la vocación religiosa en la sociedad. Pero cree que el papel fundamental lo juegan las parroquias: «Cuando hay un párroco que se preocupa por impulsar las vocaciones, surgen vocaciones, porque el testimonio de un sacerdote bueno, que se entrega a su gente, es la mejor propaganda».

Sucede lo mismo con las religiosas mujeres, cuyo ejemplo de vida en colegios, conventos, hospitales, comedores sociales y otras misiones de apostolado, hace que cada año surjan nuevas vocaciones que permiten la supervivencia de las congregaciones de monjas.

Sin embargo, la edad media de quienes integran estas órdenes se ha incrementado y resulta difícil encontrar a chicas jóvenes dispuestas a asumir un compromiso total con la fe. Paloma (una hermana de la congregación de religiosas Filipenses de San Pablo de Cádiz que prefiere no dar su verdadero nombre) cree que el problema de la falta de vocaciones se debe a que la Iglesia católica se ha ido alejando de los verdaderos problemas de la sociedad, y se pregunta «cómo es que en las manifestaciones de colegios está la Iglesia y no está cuando se trata de temas de paro o de violencia contra las mujeres».

En su opinión, la estructura de la Iglesia ha olvidado que la misión de los católicos es «caminar con la gente», sin dar la espalda a los que sufren. Y esto le ha pasado factura: «La gente hoy en día está muy falta de mensaje, sin embargo, otras creencias logran llenar sus templos y nosotros no llenamos nuestras iglesias».