MUNDO

Se acaba la esperanza y emerge lo peor

dan paso a casos de pillaje y estafas

| CORRESPONSAL. ROMA ROMA Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Se llama Eleonora, una chica de 20 años, la última persona arrancada a la muerte de los cascotes de L'Aquila el martes por la noche, 42 horas después del terremoto. Luego, silencio. Durante toda la jornada de ayer cada hallazgo fue un cadáver y la lista de fallecidos subió hasta 272. De ellos, al menos 16 eran niños, una cifra menor de lo esperado. Los desaparecidos se calculan en una veintena, pero la esperanza de encontrar a alguno con vida se desvanece. El Ministerio del Interior ha anunciado que las búsquedas terminarán el domingo. Ayer ya se celebraron algunos funerales, pero el principal, con rango de Estado, tendrá lugar mañana.

Las historias sobrecogedoras no terminan. Dos novios, Giuseppe y Francesca, fueron hallados el martes abrazados, 20 horas después del seísmo, pero sólo él estaba vivo y no sabía que ella había muerto. Una estudiante de 21 años fue localizada vestida en la cama. Había enviado un mensaje de móvil a un amigo diciendo que tenía miedo de los frecuentes temblores de tierra e iba a dormir preparada para salir corriendo, con una mochila al lado. No le dio tiempo. Como esa joven, todo el mundo en la región del Abruzzo temía un terremoto, pues los seísmos se sucedían desde hacía tres o cuatro meses. Ésa ha sido la primera polémica de esta tragedia, si se había tomado en serio la amenaza. El terremoto en sí era imprevisible, pero ha quedado en evidencia que la respuesta de emergencia no estaba preparada. Todas las familias con que se habla en los campamentos coinciden en señalar que nadie les explicó nunca cómo actuar y adónde dirigirse en caso de seísmo.

Las víctimas que se agolpan en los campamentos provisionales mantienen una dignidad ejemplar, agradecen el esfuerzo de quien les ayuda y guardan silencio, pero a solas comentan lo que está a la vista. Como siempre en Italia, las relaciones se resuelven a nivel personal, pero más allá comienza un Estado en el que no se confía y que se siente distante e ineficaz. Las tiendas de campaña han llegado tarde y sólo ayer los centros parecían instalados completamente. Los baños químicos son insuficientes y, por ejemplo, en Onna, epicentro y símbolo de la tragedia, había tres para 200 personas hasta el martes por la noche. Las colas para conseguir comer jamón, mozzarella y pan son de hasta tres horas. No se comprende bien la lentitud de los suministros estando en buenas condiciones todas las carreteras y a sólo una hora de Roma.

Generosidad

Más de 8.000 personas de los servicios de socorro y voluntariado dan el alma con enorme generosidad, llegados de toda Italia, pero en medio de una descoordinación general. El resultado es que todavía miles de personas pasaron la segunda noche en coches o de forma precaria, con temperaturas de cuatro grados y lluvia a ratos. Y el miedo de los temblores constantes: 350 réplicas desde el lunes. Los últimos datos hablan de 28.000 personas sin techo, 17.000 de las cuales ya han sido acogidos en campamentos u hoteles de la costa adriática. De los 11.000 restantes no hay explicaciones claras, pero han ido a casas de familiares o son toda esa gente que aún duerme en sus coches.

También emerge, como se podía esperar, el incumplimiento general de las mínimas normas de seguridad urbanística. La primera ley al respecto es de 2002, tras el impacto del terremoto de San Giuliano de Puglia, donde murieron 27 niños y una maestra en una escuela, pero se atascó en el Parlamento y no se ha llegado a aplicar. La prefectura de L'Aquila, que debía de dar ejemplo, no estaba en regla y se ha derrumbado. El caso del hospital es ya otro símbolo de la negligencia: ha costado nueve veces más de lo presupuestado y ahora ha quedado inservible. Para el futuro, ya se teme la intrusión de la Camorra en las adjudicaciones de la reconstrucción y la clase política promete que no sucederá como en los anteriores terremotos. Ejemplo clásico es el de Irpinia, en 1980, 2.735 muertos. Se han gastado 32.000 millones de euros que no se ven por ninguna parte y en las investigaciones sobre la corrupción política se han detenido a más de 500 personas. En otro caso, el seísmo de Umbria y Marche de 1997. Murieron sólo once personas, pero de los 21.000 desalojados aún quedan 2.000 a quienes, doce años después, no se ha dado una nueva casa.

Tras lo extraordinario de Italia, la humanidad y heroísmo de tantos ciudadanos, también sale a a la luz lo peor. Se han registrado episodios de pillaje entre las ruinas. Seguían también las falsas alarmas de nuevos seísmos, con la intención de desvalijar casas abandonadas. También se busca a individuos disfrazados de técnicos de Protección Civil que ordenan desalojar pueblos. Ayer apareció por la zona afectada una furgoneta que vendía carne a 80 euros el kilo.

La imprevisión y la ilegalidad urbanística

Las salidas de tono y frivolidades del primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, son de ritmo casi diario y el nivel de tolerancia hacia ellas, por mera costumbre, ya es altísimo. Para los medios ya es difícil calibrar si su chiste o declaración chirriante del día, sea sobre el color de la piel de Obama o si monta el número ante la reina de Inglaterra, es noticia o anécdota. Ayer ocurrió con una frase.

En unas declaraciones a una televisión alemana, tras visitar un campamento de afectados, lanzó este mensaje de calma: «Tienen todo lo que necesitan, atención médica, medicinas, comida caliente y un techo para la noche. Es una situación temporal, es como un fin de semana en un camping». Berlusconi lo dijo con su estilo coloquial habitual y en un contexto de dar ánimo a las víctimas.

Ya el día anterior invitó a la gente de los campamentos a ir a los hoteles de la costa («Id al mar a descansar, pagamos nosotros») y nadie dijo nada, pero ayer la declaración circuló todo el día por Internet. Por ejemplo en España, como en Alemania o Gran Bretaña. No obstante, sólo se le dio importancia fuera de Italia, donde la cuestión no apareció en ninguna página web ni abrió ningún debate político. Es más, desde la oposición se señaló que no había que sacar la frase de contexto. Este diferente punto de vista se puede explicar porque los italianos conocen la peculiar forma de ser de su primer ministro y porque en estos momentos dramáticos prima la solidaridad nacional.

Por la tarde un periodista alemán le volvió a preguntar en la rueda de prensa por la frase y Berlusconi se reafirmó en ella. «No me parece fuera de lugar porque a los niños había que invitarles a una sonrisa, al optimismo».