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El Señor de Jerez redimió a través del duende del barrio

El deterioro de una trabajadera provocó que salieran con una hora de retraso. La túnica y varias piezas restauradas fueron los estrenos de esta hermandad

JEREZ Actualizado: Guardar
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Las trazas del barrio de Santiago, el de los corralones de la calle Nueva y el cante con duende, se encarnaron ayer en la penitencia de la Hermandad del Prendimiento, reflejo por siempre de una idiosincrasia en la que Jerez sabe beber autenticidad cada Miércoles Santo. No es nuevo, pero cada año sorprende para gozo general y admiración de quienes se aferran al casticismo como antídoto contra la globalización de los sentimientos, contra la homogeneización de las señas de identidad, contra la perdida de lo genuino.

En efecto, el Señor de Jerez –que lo llamé en el Pregón de la Semana Santa de 1999– redimió sirviéndose de ese duende del barrio que sabe ponerse los lunares dotándolos de la ambivalencia del flamenco, que lo mismo expresa la alegría más desmesurada por medio de la bulería que se aflige con el dolor sintiendo en el alma la pena honda y el desgarro de la soleá. Jesús del Prendimiento fue catilizador de los más hondos sentimientos de la ciudad, que siempre mira al primer arrabal extramuros de la zona norte con admiración. Las puertas del templo permanecían cerradas aún cuando el reloj marcaba la hora de su salida procesional. Tras mucha espera, los devotos disfrutaron con la salida del Señor de Jerez que había retrasado su estación de penitencia en una hora por culpa del deterioro en una de las trabajaderas del misterio. A pesar de la demora en su horario la cofradía pudo hacer estación de penitencia llegando a pedir la venia al palquillo a la hora prevista. Sólo comprobar que Santiago del Real y del Refugio permanecía un año más cerrado se convirtió ayer, sin embargo, en argumento triste. Porque en el fondo ni el apresamiento de Cristo, ellos que saben que resucitará y adelantan tal satisfacción al Miércoles Santo, tiene efectos negativos en el ánimo de quienes lo mismo se volcaron en piropos y oles a la salida desde la Capilla del Asilo que alzaron sus voces orante-cantaoras cuando, sobre todo de recogía las saetas eran la mejor compañía para el Señor.

El magnetismo de una imagen tan señera artística como devocionalmente, una joya de nuestra Semana Santa, se impuso y todo giraba en torno a Él. Sal de la tierra por la que pisaba, Jesús del Prendimiento revistió todo de encanto gitano, de pasión a ratos contenida y a ratos desatada. Santa Marta ponía cornetas y tambores a sus plantas mientras la cuadrilla de Martín Gómez lo lucía de manera magistral. Pero sólo Él reinó en la noche jerezana al albur de tantos detalles de gracia como le rodearon.

Increíblemente bella aparecería la imagen en las calles de la ciudad revestida por esa joya recién restaurada por Ildefonso Jiménez que es la túnica del siglo XVIII. Desde el burdeos de su terciopelo ya justificaba la comunión de su cortejo, que desde el rojo de sus antifaces haría largas filas en su honor. Unas cuatrocientas almas penaron con la pasión de una presencia nazareza hermosa. Candilejas y Chupaceite, sayones malvados que expresaron en su fealdad, sin embargo, el interior de ese alma contra la que el pueblo grita. Estrenaba la Hermandad varias piezas restauradas que, como la túnica del Señor o sin la posibilidad de poder verse en la calle por alguna razón, configuraron una lista de novedades que merece la pena tener en cuenta. Al bordador jerezano que ha recuperado la pieza del XVIII para Jesús del Prendimiento también se debe la restauración del guión. El resto había que buscarlo en el entorno del paso del Desamparo aunque no luciera la Virgen la saya isabelina que también ha pasado por el taller.

El baquetón y las maniquetas del paso de palio restaurados y plateados si daban fe en la calle de este esfuerzo de la junta de gobierno que preside Antonio Medrano, un equipo directivo que, en las primeras horas de la madrugada del Jueves Santo, vería cumplidas, junto a los hermanos que participaron en la estación procesional, las expectativas creadas en un Miércoles Santo que resultó extraordinario.