Aprendiz de 'cofradiera'
Actualizado:Lo reconozco, me considero una capillita, al menos una amante de las procesiones y de las buenas bandas que acompañan a los pasos, pero lo de este año me ha superado.
De pequeña, cuando apenas levantaba un palmo del suelo, iba a las sillas desde el Domingo de Ramos con la Borriquita hasta el Sábado Santo con La Soledad de San Lorenzo, todos los días acompañada por mi abuela y hermanas y cargadas con una bolsa de bocadillos para hacer frente a una noche de procesiones por todo lo alto. Sí, no soy de Jerez, la que escribe es sevillana y, para más inri, trianera por los cuatro costados. Los primeros años llorábamos por no poder disfrutar de la Madrugá y conforme fuimos cumpliendo años pudimos ver el singular paso del Señor del Gran Poder y mi hermandad de Triana.
Pues bien, este año no estoy en Sevilla viendo la salida solemne de los Estudiantes, a La Candelaria por los Jardines de Murillo en su recogía, el Baratillo con su chicotá en la calle Rioja o la recogía del Señor de Pasión. Este año estoy en Jerez conociendo una Semana Santa particular y especial. Desde los suplementos -gracias Pepe- pasando por el cuadernillo diario me estoy poniendo al día en todos y cada uno de los pasos de aquí.
Aunque aún hay muchas cosas que me llaman la atención, puede que moleste a alguno -pido disculpas- pero el otro día me soprendió escuchar a una persona que afirmaba tajantemente que no entendía la devoción por «un trozo de madera». Mi devoción va más allá de esta semana, mi devoción pasa por escaparme a la capilla de Los Marineros cada vez que puedo, asistir a los cultos o a los traslados y, si no, mirar de reojo la estampa que un buen amigo me entregó una noche de Jueves Santo. O acariciar la medalla que me entregó un nazareno. Allí y aquí la devoción es la misma.