Opinion

Trágico temblor

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E l seísmo de 5,8 grados de magnitud que en la madrugada del domingo al lunes sacudió el centro de Italia provocó la muerte de más de 150 personas y llevó la desolación a miles de italianos que vieron cómo las casas donde vivían, las carreteras por las que transitaban o el patrimonio arqueológico y cultural por el que sentían aprecio y orgullo eran destruidos por una interminable sucesión de temblores sísmicos. El trágico acontecimiento reveló la indefensión del ser humano ante las catástrofes naturales, incluso en un país civilizado, que precisó del transcurso de las horas para percatarse de la magnitud del drama humano que se cernía sobre toda Italia. Los desgarradores testimonios de incredulidad e impotencia ante lo acontecido ocuparon ayer la atención informativa mientras el entorno europeo del desastre sentía hacia las víctimas la cercanía que se disipa cuando los terremotos se dan a miles de kilómetros de distancia, afectan a lugares remotos, y diezman vidas o destruyen edificaciones a las que prestamos menos atención y, en definitiva, menos valor. La distancia de la tragedia nos insensibiliza sin duda; y su proximidad, la constatación de que la catástrofe puede sacudir el bienestar e incluso la opulencia nos devuelve a la realidad de un mundo lleno de incertidumbres y riesgos también en los Abruzos. El hecho de que la persistente lluvia dificultase el rescate de los supervivientes refleja hasta qué punto es endeble la condición humana en un entorno aparentemente protegido. El relato de los veinticinco estudiantes españoles que, a duras penas, pudieron salir ilesos del seísmo resulta esclarecedor respecto a la capacidad humana para eludir lo peor en un episodio que, sin duda, protagonizaron miles de ciudadanos en el centro devastado de Italia. La polémica desatada en torno a un seísmo que había sido anunciado por un investigador emplaza, por otra parte, a las autoridades a fijar las responsabilidades que hubiesen concurrido en la tragedia. Pero sobre todo obliga a establecer protocolos de prevención más eficaces. Una lección que las instituciones españolas no deberían desdeñar en relación a las áreas geográficas más propensas a los fenómenos sísmicos.