Editorial

Encuentro de culturas

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E l desarrollo de las relaciones entre los distintos países y las diversas culturas del mundo depende de la certera identificación de intereses comunes, pero sobre todo de la progresiva ampliación de los valores compartidos. El foro denominado Alianza de Civilizaciones, reunido en Estambul bajo los auspicios del presidente turco Recep Tayyip Erdogan y del presidente español Rodríguez Zapatero, representa una iniciativa interesante pero limitada para el reconocimiento mutuo y la cooperación moderadora entre tradiciones y sensibilidades distintas. La ausencia en la reunión de Barack Obama, que aprovechó su estancia en Turquía para abogar por el acercamiento hacia los musulmanes, tarea en la que concedió a este país un papel primordial, ha atestiguado nuevamente las reticencias que genera entre los propios gobiernos occidentales la propuesta inicialmente voluntarista del presidente español. Es necesario tener en cuenta que, en el plano internacional, los vínculos de colaboración se establecen principalmente entre gobiernos. Ello se hace palpable en relación a aquellos países que cuentan con un poder político omnímodo. La llamada Alianza de Civilizaciones contribuye al entendimiento y, eventualmente, puede servir como marco para atenuar conflictos y distanciamientos. Pero sus limitados efectos y la renuencia mostrada por diversos países a asistir o a implicarse activamente con dicha causa deben llevar a sus promotores a reflexionar sobre si han de perseverar en el mantenimiento, tal cual, del mencionado foro, o si sería mejor adecuar sus postulados a una mayor participación de la comunidad internacional. Las democracias occidentales han de ser consecuentes con un hecho incontrovertible: su naturaleza constitucional brinda un marco de libertades capaz de integrar en una convivencia entre iguales a culturas y creencias diversas, siempre que respeten derechos fundamentales comunes a toda la ciudadanía. Esta realidad no está carente de dilemas y de aspectos revisables en unos países u otros. Pero constituye un referente avanzado respecto a otras culturas políticas, mientras propicia la presencia en su seno de ciudadanos prevenientes de estas últimas. En este sentido los países occidentales, y España entre ellos, no pueden hacer dejación del liderazgo que en términos de valores democráticos pueden ejercer en el encuentro entre las tradiciones y creencias del mundo.