Arte de Cádiz
Actualizado:Hablé con él por primera vez, por teléfono, la tarde que se murió Lola Flores. «Mire usted, soy Lalia González-Santiago, periodista, quería pedirle unas declaraciones...» No me dejó terminar. «Tu padre no sería don Antonio González, un gran aficionado» «No, más bien mi abuelo», le dije. «No me quitó hambre a mí ni ná, era un señor, siempre tenía algo que darme...» Se deshizo en elogios y empezó a contarme de aquella época de juergas y de penurias, donde el niño Juan, llamado Chano para el arte, rondaba por las ventas y los cafés, para sacar adelante a su madre viuda, y a sus hermanos. Luego le vi muchas veces, y le escuché embobada el tiempo que quisiera charlar. Siempre decía tanto, del flamenco y de la vida en general, que no había por menos que reverenciarle, como a un sabio, que es lo que era.
Tuvo una vida dura, pero la pobreza, la tristeza nunca pudieron con él. Ante las penas, las enfermedades incluso, que le zarandearon con frecuencia, se crecía y remontaba una y otra crisis. Qué lástima que se haya ido ahora, cuando tanta falta nos hace su ejemplo para crecernos y responder a esta etapa de depresión.
Maestro del cante, pero también del lenguaje y de la vida, con él se va una parte irremplazable del mejor Cádiz, el de los resistentes, los que salieron adelante desde el profundo barrio de Santa María, los que sabían «más de lo que le han enseñao», y dejaron tras de sí una estela inolvidable de arte y de risas.