Patriotas, antipatriotas y los que dicen sandeces
Actualizado: GuardarTérmino acuñado en la Revolución francesa, dícese de la persona que ama a su patria y procura su bien. El presidente del gobierno y su pandilla, que es la mejor y única manera de definir al Consejo de Ministros, pretenden la confusión del concepto, entendiendo que es antipatriota el que hace críticas a la pésima gestión de la crisis por este gobierno, porque eso debe dañar los cimientos de arena que apuntalan lo que queda de la economía española. El presidente del gobierno miente tanto que no sólo se cree sus propias mentiras, sino que es incapaz de ver la realidad. Esa confusión terminológica me lleva a otra muy socorrida entre progresistas y conservadores. En el pasado se acuñaba el concepto de progre a los portadores de ese áurea de la izquierda europea a la que decían pertenecer esos que callaron ante las atrocidades cometidas en la URSS, ahora también en Cuba o los que intentaron equiparar como panacea contra los males de la humanidad que radica en occidente, el consumo indiscriminado de todo tipo de drogas allá por los años sesenta y setenta, incentivando su consumo y por lo tanto también su producción y venta, porque aquel no es posible sin el concurso de éstos dos últimos, no se nos olvide. Sí progresista, que viene de progreso supone cambio de lo que hay, conservador debiera suponer atrincherarse en el inmovilismo, en las urticarias al cambio. Parece que la cosa va al revés, ¿o no?, que se lo digan a los sindicatos. Estos, cada día más verticalizados, ya pueden considerarse auténticamente verticales. No aceptan ningún tipo de cambio, quieren que todo siga igual. Sólo una sugerencia notable en los últimos tiempos, la jornada semanal de cuatro días. En realidad podrían haber optado porque el Estado pagara directamente un sueldo más que digno por el hecho de tener la condición de ciudadano. Mayor memez no cabe. Y otra que es reiterativa, el necesario incremento del peso industrial en la economía española. El INE publicaba la caída del índice industrial español, que está en el nivel más bajo desde la existencia de este índice creado en 1993. Ello denota la incapacidad de nuestra industria para enfrentarse a esta crisis. Pero esto no es nuevo, el descenso del peso industrial en el PIB español, data de los años 70, al igual que la agricultura, habiendo dejado paso al sector servicios y la construcción.
Recomponer el peso relativo de la industria en el PIB español debería ser primordial, y para ello se precisan de reformas estructurales, no sólo laborales, sino circunscritas a todo el espectro económico y financiero. Hasta la fecha, el gobierno con el beneplácito sindical, sólo ha incidido en el gasto público, llevándolo a límites casi insostenibles. Los déficit presupuestarios resultan difíciles de corregir y el gobierno no ha establecido ninguna salida convincente, amén de considerar sus previsiones sobre hipótesis de crecimiento no sólo optimistas, sino absolutamente alejadas de la realidad. La crisis está provocando una drástica caída de los ingresos tributarios, que puede pasar a tener consistencia estructural si el crecimiento no se acelera en el tiempo y en su dimensión. Además, este desmesurado aumento del déficit presupuestario, originará tensiones inflacionistas en un futuro, para acabar en plena situación de estanflación, algo parecido a lo que nos está ocurriendo ahora, pero de forma más incisiva debido a los desequilibrios expuestos en nuestra futura Contabilidad Nacional.