Los miembros de las escuderías esperan en vano en pleno aguacero. / AP
Deportes

Ecclestone no puede con la naturaleza

Button gana una carrera loca, suspendida en la vuelta 31 por la habitual tormenta de cada tarde en Malasia y la falta de visibilidad

| ENVIADO ESPECIAL. SEPANG (MALASIA) Actualizado: Guardar
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Convencido de que la Fórmula 1 es un producto indestructible, que se regenera con los a ños y las modas, que marca la tendencia en el deporte por su presunta sofisticación inalcanzable para los humanos, Bernie Ecclestone pilota el tinglado con su mando a distancia y su visión única, intransferible para los negocios. Capaz de cobrar unos euros a los comentaristas de televisión por unas sillas para sentarse durante la retransmisión, capaz de vender la marca a cualquier continente, país o patrocinador que busque difusión mundial, capaz de sacar dinero de debajo de las piedras, al supremo se le escapa cada cierto plazo un elemento incontrolable: la naturaleza. El tiempo.

Y ya se sabe lo que dice el dicho: la naturaleza es sabia. Y la naturaleza decretó ayer su rutina diaria en este punto del planeta. Cada tarde, después de la hora de la comida, como si activara un inexplicable reloj biológico, ese ente superior descarga una tormenta tropical sobre el área de Kuala Lumpur, Sepang y las inmediaciones del aeropuerto Klia. Es casi una operación aritmética, lógica matemática que impone paraguas en los hoteles a partir de las 15 horas, chubasqueros en los hombros de los ciudadanos y una densidad de tráfico elevada por la disminución de la velocidad.

Llueve, sí o sí, en Malasia cada tarde. Las carreras en este país se han venido celebrando en los últimos años a las dos del mediodía, las ocho de la mañana en España y en la mayoría de Europa. Pero a Ecclestone se le encendió una bombilla hace tiempo. Y como todos los genios, lo vio antes que nadie. Si se retrasaban las carreras en suelo asiático o australiano, las televisiones europeas podían emitir la señal a media mañana, las once o doce. La ecuación se completa con el círculo cerrado del negocio. En ese horario, las audiencias televisivas suben y con ellas la tarifa de los patrocinadores.

Sucede que la naturaleza no entiende de euros, dólares o ringins (la moneda malaya). En Kuala Lumpur llueve a media tarde y anochece en torno a las siete. Ecclestone puso la carrera de ayer a las cinco, y medio 'paddock' le avisó de todas las maneras posibles. Máximo peligro de que sucediera lo que finalmente sucedió.

Radares

La carrera se suspendió porque la naturaleza es más fuerte que el todopoderoso Bernie Ecclestone. Pese a que se activaron los radares ultramodernos, sofisticados sistemas de detección y también 'google.com' en los equipos más modestos, ningún sabio de la Fórmula 1 pudo frenar los elementos que provocan la lluvia: la presión, la temperatura, la radiación solar y finalmente, la condensación de agua contenida en las nubes.

Se habían celebrado 31 vueltas de un Gran Premio programado a 56 y aquella tormenta era ya el diluvio, la rutina diaria para los habitantes de este país. Para entonces, Button habían enseñado otra vez la hegemonía del Brawn bajo su mandato. Es un piloto rápido que sabe manejar las situaciones de carrera, cuidar el motor, bajar el ritmo o acelerarlo. También se había demostrado que el club del difusor (Toyota, Brawn y Williams) no tiene rivales de momento, hasta que lleguen las copias del apéndice mágico en China o Montmeló: Toyota y Williams dominaron durante algunas vueltas. Y se vio que el Renault de Alonso renquea. No es la tortuga del año pasado, pero no llega a los niveles punteros del escalafón actual.

La cita con la lluvia provocó una carrera divertida, con mucho cambio, loca para los analistas y entretenida para el espectador. Todos los pilotos, salvo Heidfeld (sólo una), pararon entre tres y cuatro veces en 31 vueltas. Una ceremonia de la confusión desde la vuelta 18 (cuando empezó a llover) a la 31 (cuando se detuvo la prueba).

Como quiera que el Brawn vuela todavía más con el agua, Button encabezó la marcha mientras por detrás los jefes de los equipos se volvían locos ideando si montar neumáticos de lluvia, extremos o mixtos.

Entró el coche de seguridad en la vuelta 31 y lo que vino después, ya parada la carrera, fue un espectáculo imprevisto: pilotos por la pista, coches aparcados en el arcén, monoplazas deslizándose como marionetas... Cincuenta minutos de confusión entre las 18:05 que se detuvo y las 18:52 que se suspendió definitivamente por la evidente falta de visibilidad. Button ganó la carrera loca que quiso Ecclestone. Y los pilotos se repartieron la mitad de los puntos porque, según el reglamento, no se celebró el 75 por ciento de la prueba.