¿Por qué defendemos a las focas?
Canadá reivindica su caza como recurso sostenible y medio de subsistencia mientras arrecian las críticas por su crueldad y su efecto sobre el vulnerable ecosistema ártico
Actualizado: GuardarCanadá terminó la semana pasada la primera fase de su cacería anual de focas arpa o de Groenlandia, al sacrificar en dos días 19.000 de los 280.000 ejemplares que prevé matar en próximas semanas. También como cada año, los medios de comunicación muestran fotos y datos de este asunto, que, según denuncia el propio Gobierno canadiense, «apelan más a las emociones del público que a su razón». Es lo que consideran que hace Brigitte Bardot con ese montaje en el que uno de estos mamíferos sujeta un palo entre los dientes junto a un bebé humano ensangrentado. Y es un hecho que no sólo Canadá la tacha de facilona e, incluso, contraproducente. Lo dice Greenpeace: «Sí ayuda a crear una base de opinión en la sociedad en contra de esta matanza, y eso es importante, pero puede resultar contraproducente a la hora de conseguir resultados tangibles en el ámbito político, a la hora de gestionar esta caza de forma real. Eso no va a salvar a las focas», explica Pilar Marcos, responsable de océanos y costas de esta organización.
Para evitar acusaciones de este tipo, este reportaje no utiliza imágenes de escandalosa sangre sobre la nieve ni fotos de esa preciosidad que son los bebés de foca arpa de escasos días, con su piel inmaculada de peluche caro y esos enormes y húmedos ojos negros que deberían enternecer hasta al más bruto. Y no lo hace porque desde 1987 está prohibida su caza si aún exhiben su manto blanco. Éste es uno de los argumentos que esgrime Canadá. Aunque es bastante difícil entender qué diferencia existe entre matar las crías con tres días o tres semanas, lejos de una mera cuestión de imagen o de subjetiva protección de la belleza, ya que los cachorros se mantienen blancos entre 10 y 14 días, durante la lactancia, y a partir de ese momento empiezan a vestirse de gris plateado con manchas negras, como la de la foto de esta página.
Las focas arpa o de Groenlandia paren a sus crías en los hielos del Golfo de San Lorenzo, en la costa atlántica de Canadá, a finales del invierno. Es entonces cuando hacen su aparición los cazadores canadienses, que llevan matando estos animales desde hace siglos. Unos 6.000, entre los esquimales o inuits y el resto de pueblos costeros que, según Canadá, obtienen el 35% de sus ingresos anuales con este recurso. Aprovechan la difícil movilidad de estos animales sobre el hielo y su incapacidad en muchos casos para nadar y los cazan en su gran mayoría a tiros, excepto un 3% que se logra a la manera tradicional: a golpe de hakapik, un garrote con gancho en la punta para voltear el cadáver y desollarlo con más facilidad. Este instrumento ha sido y es cuestionado por su crueldad.
Abrigos y Omega 3
Por ley, el cazador debe golpear al animal -sólo si ya ha perdido su manto blanco- en la cabeza y siguiendo tres pasos: aturdimiento, pérdida de conciencia y desangrado. Sólo entonces, cuando ha comprobado que la foca está muerta, puede quitarle la piel, para hacer abrigos, y su correspondiente capa de grasa, que se empleará con fines cosméticos y medicinales o nutricionales -como cápsulas de Omega 3-. La mayoría se exporta a China, Noruega y Dinamarca.
Si Greenpeace reconoce que ahora lleva a cabo una campaña «más reactiva que activa», como hace años, es precisamente por estas reglas que Canadá observa hoy. Pilar Marcos explica que antes la caza «se hacía sin los mínimos requisitos sobre, por ejemplo, el tipo de muerte». Aun así, cree que es difícil garantizar que se cumpla la normativa, porque quién sabe lo que ocurre a pie de hielo en un 'rincón' perdido de la vasta extensión ártica, que cada vez lo es menos por culpa del deshielo que provoca el cambio climático. «El que en tan poco tiempo se concentre tal cacería de animales hace dudar de que los métodos empleados sean siempre los recomendados».
Stuart Savage, ministro consejero de la Embajada de Canadá en España, defiende así su postura para este periódico: «Nosotros observamos escrupulosamente la ley. Si alguien no cumple, si matan a focas de piel blanca o no esperan a que estén muertas para quitarles la piel, son multados», aunque desconoce el número de sanciones que se producen por estos motivos. En cuando a los métodos de control, asegura que los tienen, y que «difícilmente los cazadores pueden saltarse la ley cuando todo el mundo está mirando hacia allí gracias a los medios de comunicación. Ésta es la caza más controlada de todo el mundo. ¿Quién vigila la muerte que un cazador español da en medio del bosque a un jabalí?».
Corderos lechales
Greenpeace no se ocupa tanto como otros grupos de si matar una foca es en sí cruel o no, «y sí es cierto que algunos mataderos emplean métodos poco humanitarios. Además, matar un cordero lechal puede ser igual de cruel que matar a una foca», destaca Marcos. «Nosotros no defendemos animales, sino ecosistemas, y aquí surge una diferencia: la foca es una especie ecológicamente vulnerable y el cordero es una especie ganadera, además del hecho de que éste se utiliza para alimentación y la foca, para necesidades secundarias».
El más importante argumento que usa Greenpeace para defender la ilegalización de esta matanza es que «el cambio climático está provocando la desaparición de los hielos. Esto ya incide negativamente en la supervivencia de la especie, un eslabón importantísimo del ecosistema ártico. Canadá impone su cuota sin conocer el número exacto de ejemplares existentes, ya que se basan en censos realizados cada cinco años, y supone que las poblaciones permanecen inalterables, lo que es bastante cuestionable a la vista de los cambios en el hielo ártico que se producen año a año». También señalan los ecologistas que los animales mueren antes de alcanzar su madurez sexual, con lo que se desconoce cómo afectará todo esto a la supervivencia de la especie, «por el número de ejemplares que dejarán de nacer a causa de la desaparición de todos los que ya no ejercerán nunca su función reproductora».
Savage no entiende que se diga que no conocen el número de focas: «Hay unos 5,5 millones de animales, un recuento basado en criterios científicos. Y sí tenemos en cuenta el descenso del hielo cada año, por ello subimos o bajamos la cuota a cazar». Además de los 280.000 ejemplares arpa, este año se cazarán 8.200 focas de casco y 50.000 grises. «No se entiende que esta gente vive en zonas muy aisladas por el hielo, con una climatología muy adversa, que subsiste gracias a sus recursos naturales. Están en su derecho, tanto los inuits como el resto de pobladores. Y la caza es arriesgada, el año pasado murieron dos hombres porque el hielo está muy peligroso. Esto no se hace por diversión». A la contra, algunos aseguran que lejos de representar una fuente de ingresos importante para estos pueblos pescadores, no aporta en realidad grandes beneficios -se habla de 14.5 millones de dólares por la venta de sus productos-.
Guerra de cifras
La guerra de cifras no ayuda a decidir quién tiene razón. Mientras Canadá se escuda en que su caza es sostenible y que no tiene efectos negativos para la especie en el dato de que hay «tres veces más focas que en los años 70», los ecologistas aseguran que sólo queda el 10% de las que había hace siglos. Los primeros aducen que estos animales consumen 6 millones de toneladas de pescado al año, especialmente bacalao, influyendo negativamente en el ya grave problema de la sobrepesca. Los segundos, sin embargo, apuntan al dato de que las focas consumen sólo el pescado equivalente a entre el 1 y el 3% de su masa corporal al día, «frente a la creencia generalizada hasta ahora de que llegan al 27%», según datos de Oceanógrafos Sin Fronteras.
Savage concluye que su país «es muy sensible a un ecosistema que le afecta directamente, aunque si Greenpeace o cualquier otro grupo tiene datos comprobados de que la caza de focas tiene efectos negativos sobre él, estamos dispuestos a escuchar». Lo que no quiere oír el ministro canadiense son argumentos como los de Brigitte Bardot, con los que, sin embargo, sí convenció a Nicolas Sarkozy, quien el año pasado envió una carta a la actriz prometiéndole hacer «todo lo posible» para que la UE vete la comercialización de productos derivados de la foca.