El presidente Barack Obama conversa con el primer ministro británico, Gordon Brown (d), durante una sesión de la cumbre./ Efe
cumbre del g-20 | ANÁLISIS

Otra oportunidad

Los líderes tratan de incrementar los controles sobre el sistema financiero, de manera que no se repitan las catástrofes vividas en los últimos meses

MADRID Actualizado: Guardar
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¿Saldrá algo útil de la cumbre del G-20 en Londres? Es deseable, pero no es seguro que tal cosa vaya a suceder. Ni siquiera es muy probable. No existen problemas en cuanto a los principios a implantar y las tareas a acometer. Se trata de incrementar los controles sobre el sistema financiero, de manera que no se repitan las catástrofes vividas en los últimos meses, y de impedir la vuelta de los sistemas proteccionistas que limitan el comercio internacional e impiden el desarrollo. Hasta ahí todo bien, todos de acuerdo. Luego, cuando llega la forma concreta de implementar dichos principios, se contabilizan más discrepancias que coincidencias. Hasta tal punto son conscientes de ello los líderes mundiales que el presidente Sarkozy amenazó en las horas previas con levantarse de la mesa si no se registran avances reales, antes de pactar con Angela Merkel una posición común.

Entre los acuerdos que pueden darse por seguros se encuentran el apoyo a los planes aprobados de recuperación de la demanda, algunos ya iniciados por los distintos gobiernos a ambas orillas del Atlántico; y lo mismo sucederá con los dirigidos a la salvaguarda de las entidades financieras. Después se pedirá a los bancos centrales que mantengan la laxitud de su política monetaria todo el tiempo que sea necesario para reanimar la demanda. Por el camino se duplicarán, al menos, los fondos disponibles por el FMI. Más tarde, oiremos declaraciones ampulosas acerca de la lucha contra el proteccionismo, lo que no evitará que a algunos les crezca la nariz en proporciones pinochescas: según el Banco Mundial, 17 miembros del G-20 han introducido algún tipo de medidas proteccionistas desde la cumbre celebrada en Washington en noviembre.

La lista de los desencuentros es más larga y se refiere a aspectos más concretos. No hay acuerdo ni sobre la ‘catalogación’ de los paraísos fiscales, ni sobre las medidas a adoptar frente a ellos. Tampoco lo hay sobre la regulación a aplicar a los ‘hedge funds’ y las limitaciones que deberían imponerse a los sueldos de los financieros. Se discrepa sobre la cuantía y la forma de establecer el refuerzo del capital de los bancos. Y, finalmente, nos quedarían tres miuras corniveletos: la nueva regulación de las agencias de ‘rating’; la revisión de las recientes normas contables que introducen volatilidad en una situación ya de por sí increíblemente volátil; y la creación de un regulador mundial del sistema. Este último objetivo quedará para un estadio superior, cuando la política se globalice tanto como lo ha hecho la economía.

En resumen, mucho trabajo por delante, muchas cuestiones para debatir, muchos acuerdos por lograr y muchas esperanzas depositadas en la cumbre. Es decir, demasiado riesgo de vernos defraudados. Esperemos que Sarkozy no necesite levantarse de la mesa y que nosotros podamos abandonar los tranquilizantes.