«Ni el exilio fue una fiesta, ni la clandestinidad sólo una aventura»
Brull, cofundadora de Ruedo Ibérico, el principal referente de los intelectuales españoles en el exilio durante el Franquismo, visitó ayer Cádiz
| CÁDIZActualizado:Joaquín Leguina, Pascual Maragall, Juan Benet, Eduardo Úrculo, Javier Solana, Jorge Semprún o Fernando Claudín acudieron el 12 de marzo de 1986 al entierro en el Cementerio Civil del Este de José Martínez Guerricabeitia, intelectual ácrata y militante antifranquista que supo mantenerse, hasta el último momento, fiel a sus ideas libertarias. Junto a un grupo de exiliados españoles había alumbrado en 1961 Ruedo Ibérico, una editorial pensada para infiltrar «en el interior» títulos prohibidos por el Régimen entre los que se encontraban obras míticas de la clandestinidad como los Diarios del Che en Bolivia, La Guerra Civil de Hugh Tomas o El Laberinto Español de Gerald Brenan. Esa «fatigosa pero grata tarea» no hubiera sido posible sin Nicolás Sánchez Albornoz, Ramón Viladás, Elena Romo o Marianne Brull, una suerte de administradora «y muchas más cosas» de Ruedo que visitó ayer Cádiz y participó en una charla coloquio en la que habló sobre el exilio, la Transición, los sueños, la memoria selectiva y los peligros del olvido.
-Explíquele a un joven de 15 años qué fue Ruedo Ibérico.
-Lo que fue y nunca se dice es un vivero de futuros intelectuales que pasaron por París y se agruparon en torno a la tertulia de José Martínez. Los había de todas las tendencias políticas, dentro de la oposición al Franquismo. Comunistas, socialistas, anarquistas... Muchos de ellos, después, fueron reconocidos escritores, ministros, académicos. Y se implicaron, de una u otra forma, en pelear contra la Dictadura en una larga batalla que en vez de armas utilizaba libros.
-Traficaban con ideas.
-Sí, sí, exactamente. Traficábamos con ideas peligrosas para Franco. Dábamos cauce a los intelectuales que tenían algo que contar y que no podían publicar dentro del país.
-¿Era peligroso?
-Había mucha gente implicada. Era peligroso para los autores, que a veces utilizaban seudónimo, para los encargados de mover físicamente los cargamentos de libros, para los libreros que los distribuían eludiendo a la policía y evitando las constantes redadas... Ni el exilio era una fiesta, como ha dicho alguien por aquí, ni la clandestinidad una simple aventura. Al principio el Régimen nos ignoró, pero luego, cuando comenzamos a ganar peso, la cosa cambió. La extrema derecha puso una bomba en nuestra sede, en París, y todo parece indicar que fue un atentado promovido por los servicios secretos de la embajada.
-¿Cómo introducían los libros en España?
-Teníamos muchos métodos. En burro, por Los Pirineos, o con la ayuda de policías de la frontera, a los que sobornábamos. Utilizábamos turistas, paquetes de doble fondo y, durante un tiempo, hasta un gris retirado que se dedicaba al contrabandismo nos brindó sus servicios.
-Cuando falleció José Martínez, el alma de la idea, la prensa dijo de él que había muerto «solo», «olvidado», «fracasado»... ¿Fue así?
-Algunos que podían haberle ayudado no lo hicieron. José fue la inspiración de todo el proyecto, un hombre altruista que dedicó su esfuerzo a la causa sin pretender nada a cambio. Porque con Ruedo, evidentemente, no se ganaba dinero. No es que lleváramos una vida de pobres, pero sí de estrecheces. Alguna vez me han preguntado por qué no resucitar la editorial y mi respuesta siempre es la misma: Porque no está Pepe.
-Muerto Franco Ruedo Ibérico se fue al traste. Por una parte, tiene sentido, ya que su especialidad eran los libros prohibidos, pero, por otra, es difícil de entender que, con el ansia de títulos que había en el momento, la editorial no supiera hacerse un hueco. ¿Qué pasó?
-No superamos que mucha gente, amigos incluidos, entendieran que ya habíamos hecho lo que teníamos que hacer. Ten en cuenta que el mercado se inundó de Lenin, Marx... Fue muy doloroso. No vendíamos nada. A mí me tocó pasar el mal trago de mandar 30 toneladas de títulos a la basura.
-¿Y todos esos intelectuales a los que ayudaron a publicar?
-Eso es lo que quisiera saber yo. Les abrimos a muchos el camino, pero luego se fueron con editoriales capaces de ofrecerles más dinero, o mejores condiciones... Otros militaban en el PSOE y ya nos tenían por reliquias...
-¿Les guarda algún rencor?
-No, no. Pero a ellos les avergüenza verme. Porque soy su espejo.
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