vuelta de hoja

Por curiosidad

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No es que el pueblo español, quiero decir cada uno de nosotros incluidos ellos, que también son pueblo, seamos especialmente cotillas: es que nos intriga lo que ganaban cuando ejercían y lo que siguen ganando cuando les relevaron de sus puestos. El Gobierno acaba de aprobar el real decreto, que ya llevaba tres años de demora, que obliga a los señores ministros y secretarios de Estado a hacer público sus patrimonios en el Boletín Oficial del Estado.

No cabe duda que es un tiempo prudencial para ocultar, disimular, camuflar -léase justificar sus ganancias-. No ignoro que hay mucha gente que se ha dedicado al servicio de la colectividad «por ganar honra», pero tampoco desconozco a quienes dedicaron transitoriamente sus afanes a mejorar los asuntos públicos y sólo lograron que les fuera mejor su economía privada.

Las medidas de transparencia fueron una propuesta electoral del presidente, señor José Luis Rodríguez Zapatero, que no ignora la eficacia de los cristales esmerilados. Hay formas de ver las cosas y otras de mirarlas. ¿Quién puede saber lo que ganan los demás? Sabemos que el engranaje exige que hayan cretinos bien pagados en la misma medida que necesita gente eficaz que cobre unos sueldos bajos. Son las reglas del juego político. Gracias a ellas han abandonado sus honradas profesiones algunas personas que las cumplían satisfactoriamente, pero un día echaron cuentas y vino la desbandada.

¿Cuántos de los llamados «desertores de la tiza» ocupan argos en detrimento de sus alumnos? Por ahora la inspección de capitales se restringirá a la cúspide de las desmoronadas pirámides. Y además va para largo, por lo que se ve. Entre nosotros, últimamente, la política ha sido el medio de ganarse la vida de quienes no tenían otro. Y en las carreras de fracasados también hay quienes llegan antes.