Silver Surfer contra Leónidas
Atenas, embarcada en un proyecto a 20 años vista para recuperar la Acrópolis, saca lustre a su imagen más moderna sin renunciar a todos los tópicos griegos
| ATENAS Actualizado: GuardarDefinición de Odisea. Vd. entra en Atenas por la avenida Lenorman, uno de los principales accesos a la ciudad y sólo dos carriles por sentido, atrapado en el caos de la hora punta y rodeado de placas escritas en alfabeto griego. En el aeropuerto nadie le ha puesto al corriente de que el starter de su coche de alquiler es tirando a vetusto y cuando el semáforo permite reanudar la marcha, el vehículo se queda literalmente clavado en el asfalto. Es verano, el termómetro hace tiempo que dejó atrás los 40º y conforme pasan los segundos una falange de enfebrecidos hoplitas del Panathinaikos hacen sonar las bocinas, ansiosos por llegar a casa y ver el amistoso que llevan una semana anunciando por televisión. Pese a todo lo que haya visto en el cine, nadie habla inglés, al menos hasta que llega al hotel, pero todos encuentran inaudito que Vd. no hable griego. De pronto, un hombre con buzo se abre paso hasta su vehículo, le ayuda a empujarlo evitando así que le linchen, y consigue que entre los dos metan el coche en su garaje. Trata de convencerle entonces de que es la batería y antes de que se de cuenta ha extendido un recibo por 300 euros, previa promesa de que el coche estará listo. para mañana.
Tiempo. Ulises tardó diez años en encontrar el camino de vuelta a casa; yo dispongo de 15 días para dar con el hotel. Firmo una tregua con el del garaje y, cargado de maletas, llamo a un taxi. No tarda en aparecer y el precio es correcto. El conductor lleva un tatuaje azul en el antebrazo que muestra orgulloso cuando se le pregunta por él. Es Silver Surfer, el superhéroe de la serie Los cuatro fantásticos. «¿Su primera visita a Atenas?», «Ah, viene de España», «¿Le gusta esto?», «¿A que ha visto 300?»... El hombre es simpático y se lanza. «¿Los espartanos? Nada. Guerreros, muy fuertes, ¿y qué? No cuidaron las artes, la filosofía... Atenas inventó la democracia. Conclusión: nosotros hemos sobrevivido y ellos, kaput». La temperatura se ha vuelto a disparar y el interior del taxi asemeja una planta de reciclaje de plásticos, repleto de botellines de agua vacíos. Sentado allí, uno no puede por menos que pensar que Silver Surfer, velludo y panzón, es a Leónidas, el héroe de las Termópilas, lo que Mafalda a Kate Moss.
Ruinas y mecanotubos
Atenas apenas alcanza el millón de habitantes, pero el área metropolitana roza los cuatro; y eso en una región donde las casas rara vez superan los cinco pisos de altura da como resultado una urbe que se extiende hasta el infinito. Las calles bombean sin cesar coches hacia ese corazón enfermo de contaminación que lleva latiendo desde hace 3.500 años y que ha hecho de las ruinas y el mecanotubo su seña de identidad. La Acrópolis es visible desde gran parte de la ciudad, encaramada a una colina donde se columpian las grúas; un proyecto de restauración a veinte años vista. La ruina por excelencia debe su aspecto destartalado no sólo al paso del tiempo. A finales del siglo XVII, en plena dominación turca, los venecianos bombardearon la ciudad y uno de los proyectiles cayó en el Partenón, que los defensores de la plaza habían convertido en polvorín. La explosión desarboló el edificio, aunque allí todo siga resultando familiar, como sacado de un libro de texto: los propileos que dan acceso al recinto, el Templo de Atenea Nikea, el Partenón, desmontado como un Tente y expoliado de sus frisos; el Erecteión, flanqueado de réplicas de las cariátides, cuyos originales se guardan unos metros más allá, en el museo que cuelga sobre el barrio de Plaka; el Teatro de Dionisos, el más antiguo del mundo...
El sol cae a plomo y en toda la explanada de la Acrópolis sólo hay un árbol minúsculo. Si lo miras con atención, reverbera. La sombra que proyecta es raquítica, pero la multitud se agolpa debajo en un desesperado intento por pegar un trago de agua de la única fuente en 500 metros a la redonda. La ciudad se desparrama al pie de la colina. Por un lado, del barrio de Plaka salta al ágora romana, muy recomendable a la luz de la luna en verano, cuando la mayoría de los yacimientos están abiertos al público. Por el otro, la carretera que sube hasta la Plaza Syntagma sirve de frontera a los Jardines Nacionales, el templo de Zeus Olímpico, el estadio Panateneo donde se celebró la primera maratón de la era moderna.
Los turistas son algo tan consustancial a Atenas como el Partenón o el cambio de guardia que repiten cada hora los evzones, soldados de la guardia nacional que desfilan a grandes zancadas junto a la tumba al Soldado Desconocido, embutidos en un uniforme de juguete adornado con faldas, borlas y fez, al estilo de las fuerzas que lucharon contra los turcos en la guerra de la independencia. Subiendo por la avenida Panepistimio, de la universidad, flanqueada de estatuas de Aristóteles, Sócrates o Atenea, se llega hasta la plaza Omonia, junto a Syntagma el principal eje de la ciudad. Desde allí no se tarda en acceder al Museo Arqueológico Nacional, otra de las visitas obligadas, donde reposan algunos de los mejores ejemplos de arte clásico de la Historia. Allí descansan el Poseidón, rescatado de un pecio marino, el Efebo de Anticitera, el Jinete de Artemiso o la máscara de oro de Agamenón, que levanta la misma expectación que La Gioconda del Louvre. Por no hablar de las ánforas, las cerámicas o frescos como el Regreso del pescador, una de las mayores expresiones del arte minoico sepultada tras la erupción volcánica de Santorini.
Si lo que se prefiere es contemplar la ciudad desde las alturas, nada como una visita al Licabetos -monte de los lobos, en griego-, una colina de 272 metros hasta cuya cima se puede subir en teleférico y desde donde se disfruta del mirador más privilegiado. El lugar tiene uno de los restaurantes más exclusivos, el Orizontes, así como un par de cafeterías que están entre las más frecuentadas de la noche ateniense.
Claro que siempre se puede rematar la faena en Pireos, a las afueras de la ciudad, el puerto más antiguo de Europa y escenario de expediciones míticas como la que llevó a la conquista de Troya, o a la batalla naval de Salamina contra los persas, donde Temístocles -recuerda 'Silver Surfer' con orgullo- dio la réplica al general espartano Leónidas. Las trirremes desaparecieron hace ya tiempo de la dársena y su lugar lo ocupan ahora los ferrys que comunican el continente con las islas del Dodecaneso y las Cícladas. Eso por no hablar de los pantalanes atestados de yates y los restaurantes de diseño asomados a embarcaderos de ensueño donde suena el sirtaki a la luz de las velas. Un paisaje portuario a caballo entre el pintoresquismo de Zorba el griego y la industria naviera al más puro estilo Onassis.